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Crítica de IvanValenciaA


IvanValenciaA
09 February 2019
La oralidad sigue siendo la mejor herramienta de la humanidad para contar y preservar su historia. Lejos del lenguaje oficial que cada formación social adopta, el lenguaje popular contiene las bases mismas de la historia que se construye en las academias. Dicen los historiadores que la verdad es la grabadora refiriendo a los testimonios que recogen. Pero es preciso decir que la verdad no es, para este tipo de historia, el testimonio puro sino la traducción que el historiador hace de ella. Tal vez la historia producto de la fábula y la leyenda popular, del palabreo, del voz a voz, del chisme, no pueda obtener el status de verdad, pero ¿acaso las historia oficiales pueden obtenerlo? En la maraña de versiones que rodean un hecho cualquiera, desde un pequeño accidente en la calle, hasta los grandes acontecimientos de la guerra, están enriquecidos, viciados dirán algunos, por la imaginación y el devenir de quien cuenta. Y cada persona es a su vez un cúmulo innacabado de historias que confluyen y se transforman, de imaginarios colectivos e individuales: nacionalidad, identidad, ideología, religión y religiosidad, etcétera. La verdad es solo la aspiración que encamina los esfuerzos por hallar una versión más o menos consistente de la realidad.

Sergio Atzeni aborda estas cuestiones en una pequeña novela publicada en 1991 y que lamentablemente, como su autor, han pasado casi desapercibidos por el mundo hispanohablante. “El hijo de Bakunin” es una narración corta y sencilla. Una historia que de entrada no pareciera ofrecer gran espectativa. Siempre he pensado que no importa tanto la trama de las novelas tanto como la forma en que son narradas. Existen grandes historias cuyos argumentos, dejando a un lado la forma en que se han narrado, son poco más que insulsos. Contrario a tramas que son en sí misma envolventes y que llegan a sobrevivir a una mala narración. Con este espíritu abordé esta novela. Dividida en 32 capítulos, con 32 voces diferentes que se van desplegando una a una capítulo por capítulo, todo para dar respuesta a la pregunta por quién era Tulio Saba. Nunca es fácil decir quién ha sido un hombre, la idea del otro se nos escapa y se diluye en lo que somos, en lo que quisieramos que el otro fuera ante lo que somos. Pero en este caso especial la pregunta adquiere una inuscitada dificultad en tanto Tulio Saba no aparecerá solo como lo que fue y lo que debió ser a los ojos de los demás personajes, sino además, lo que fue y debió ser para el lector, que en algún momento llegará a sentir empatía por una de las versiones de Tulio Saba -a propósito “Versiones de Tulio Saba” fue una de las opciones que el autor consideró para el título del libro-.

La estructura de la novela es una suerte de expediente, de voces inconexas que adquieren unidad en el tema que tratan y en la figura de uno de un joven periodista que alentado por su madre se lanza a conocer la vida y la persona de Tulio Saba. El periodista apenas si habla, sus referencias son escasas pero suficientes para hacernos una idea de quién es. Algunos personajes van lanzando sus juicios contra este hombre y así nos lo dibuja Atzeni, como todo en esta novela: fragmentario, dando pequeñas pistas, proponiendo un rompecabezas. Y así mismo va apareciendo Tulio Saba.

La novela se desarrolla en la isla de Cerdeña. Esa Cerdeña que tanto inquietará a Atzeni durante toda su vida y sobre la que volcará buena parte de su obra. El contexto de la historia comprende desde los años 20, la organización obrera anarquista y comunista, pasa por el fascismo italiano y va hasta la crisis del comunismo debida al Stalinismo y sus contradicciones. En este ambiente politizado Tulio Saba, que al parecer fue minero y dirigente político, o quizá un vagabundo borracho, vive e interactúa con los que ahora dan testimonio de su vida. Los recuerdos de estas personas convierten la historia objetiva de Saba en apreciaciones subjetivas. Sus amores lo dibujan como galante, sus amigos como héroe proletario, sus patronos como un minero borracho y revoltoso, los fascistas como un vago comunista. La línea entre lo real y la ficción se desdibuja. El escritor mismo ignora quién es ese hombre que apenas puede tocar. Ese hombre que no es protagonista pues el verdadero protagonista es colectivo, son todas las voces que intervienen, son un suerte de Fuente Ovejuna. Estas características convierten la apreciación del lector en una opinión más, lo dejan en la duda sin prestarle más ayuda que opiniones contradictorias.

Atzeni crea un efecto de realidad al que no estamos acostumbrados y que nadie desea por estar plagado de incertidumbre, pero que parece ser el más preciso en la vida social del hombre. La polifonía es la piedra angular de este escenario. Sobre sus virtudes y defecto se levanta esta obra.

***

Sergio Atzeni nació en 1952 en la isla de Cerdeña. Desde muy joven se vinculó a la vida cultural de su isla y al ejercicio de la escritura. Publicó, durante buena parte de su vida, artículos de temas diversos en los periódicos Sardos. Hijo de obreros y militantes comunistas, estuvo vinculado a los movimientos revolucionarios de finales de los 60. Empezó a estudiar Filosofía y Literatura, pero abandonó la universidad para “hacer cosas más importantes”. Más adelante, desilusionado por el fracaso del comunismo real, se traslado a Turín. Murió en 1996 al caer accidentalmente por un acantilado en las costas de su natal Cerdeña. Su obra sigue, mayoritariamente, sin ser traducida al español.
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