Los testamentos

Los Testamentos es la novela que propone un regreso a Gilead 15 años después de lo acontecido en El Cuento de la Criada. Esta vez la historia es narrada por la Tía Lydia, que ya había figurado en la novela anterior; Agnes, la joven hija de un comandante; y Daisy, una muchacha que vive en Canadá y ve Gilead desde afuera.

La novela es una visita a Gilead desde otras perspectivas: El manuscrito de Tía Lydia —llamado El ológrafo de Casa Ardua— y los testimonios de Agnes y Daisy —conocidas como Testigos 369A y 369B—. Ellas hablarán de sus vidas cotidianas, hablarán de cómo es la vida de las demás mujeres: de una tía, la de la hija de un comandante que está destinada a casarse con alguien del mismo prestigio que su familia en pro de perpetuar el orden social y la de una joven que está por fuera de Gilead, pero que entiende la problemática de un estado de ese tipo.

Internamente, han pasado 15 años desde los sucesos de El Cuento y las cosas han cambiado lo suficiente: Ninguno de sus líderes parece que cree ahora en los principios que erigieron el país, entre las Tías emergen conflictos, rencores, espionaje y denuncias. Todo se desmorona de a pocos mientras Gilead envía al exterior misioneras a otros países con el fin de mostrar su mejor cara y atraer nuevas mujeres a su sistema. Todo esto se pondrá a prueba desde adentro, cuando los ideales de libertad, justicia e igualdad demuestren ser a prueba de todo obstáculo.

Sin duda alguna, plantear la continuación de una distopía es un reto muy grande pues parte de la pregunta ¿qué falta por ver?. Los Testamentos es una novela que no es ajena a este reto, pero que lo supera con creces en muchos niveles. Personalmente, siento que tiene todo lo que esperaba encontrar en El Cuento de la Criada: Una verdadera intriga, un desarrollo de trama real y personajes que dentro de su contexto y desarrollo ejecutan actos en pro de un objetivo más allá de su existencia.

Los Testamentos es una novela que expande ideas que apenas fueron tratadas en su antecesor. Es un libro que a mí me aclaró muchas de las dudas con las que quedé de la visita anterior a Gilead, sobre todo el poder descubrir una sociedad del tipo desde otras perspectivas más privilegiadas que las de una criada.

Los relatos de Tía Lydia, Agnes y Daisy al principio parecen ir por lados distintos y no tener conexión entre ellos. Poco a poco iremos descubriendo que esto no es cierto y que los sucesos contados por las tres no son simultáneos al principio. Esta es una idea bastante interesante, pues le da un ámbito temporal muy extenso y entramado a la novela. de un momento a otro el libro deja de parecer un relato de algunos meses y toma forma de una operación que se gesta durante años en las mismas entrañas de Gilead y en la que todos tienen un rol.

Otra de las preguntas que permite explorar Los Testamentos es ¿cómo verían las demás naciones una teocracia totalitaria de esta naturaleza? Esto permite que se explore el ámbito internacional y las relaciones “diplomáticas” que tiene Gilead con sus vecinos y demás estados. Para sorpresa de nadie, las relaciones resultan en mostrar una cara amable, casi paradisíaca de parte de Gilead a la comunidad internacional y con una constante serie de denuncias sobre abusos y atrocidades cometidas por el gobierno de parte de la comunidad internacional. Este halo de hermetismo que esconde muchas de las cosas que verdad suceden dentro de Gilead es algo que ya se veían en El Cuento y su final muchos años después de la caída del totalitarismo, que acá se conserva y da pie a un nuevo encuentro de académicos expertos en temas Gileanos para intentar esclarecer muchas de las cosas del desaparecido estado totalitario.

Para mí, el único “pero” del libro es el tema de la Pequeña Nicole. Si bien es el eje central de las relaciones internacionales de Gilead, es un asunto que se vuelve predecible y que se trata de forma inverosímil la mayoría de las veces.

Los Testamentos es una novela que está en la lista de libros que exhibe de forma muy fina el poder que se esconde detrás de un acto tan simple y revolucionario como el saber leer y escribir. Actos cotidianos y casi automáticos para nosotros, suponen en muchos casos el principio más básico de opresión. El libro para muchos es una obra innecesaria, que llega tarde —han pasado más de 30 años desde la publicación de El Cuento— pero que para mí es revelador y necesario, como toda obra que procure advertirnos de un futuro que creemos lejano, pero que podría estar a la vuelta de la esquina.

De Atwood solo he leído estos dos libros, pero sin duda ambos son muy diferentes en su escritura y Los Testamentos exhibe una evolución espléndida en la forma de contar las cosas y en el desarrollo de los personajes que propone. Sin duda es un libro que da ganas de más Atwood. ¡Qué lujo tenerla todavía entre nosotros!