El cielo de Roma era una visión mística, me dejaba sin aliento cada vez que lo miraba, era una enorme mancha oscura, sembrada de puntitos esparcidos al azar, entre los que destacaban la luna. Estaba casi llena y brillaba con reflejos dorados, iluminando el área de alrededor. A cada pueblo, la visión del cielo le suscita sentimientos. Para los fenicios eran compañeros de viaje en las largas travesías por el mare Nostrum. Los galos, por el contrario, tenía miedo de que un día les cayese sobre la cabeza y se acaba el mundo. A mí, me transmitía paz y serenidad.