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Crítica de DrEnder


DrEnder
03 November 2020
En pleno auge del conflicto vasco, en medio de la Euskadi profunda un empresario muere asesinado por ETA en su propio pueblo. Esta es la historia de dos familias vascas, víctimas cada una a su modo, de un asesinato que sume a sus miembros en una espiral de odio y rencor que marcará sus vidas inexorablemente.

Fernando Aramburu se sirve de Patria para definir el conflicto vasco desde múltiples vertientes. Detalla muchas (no todas) las aristas de lo que aconteció poniendo siempre el foco en las personas, seres humanos corrientes que tratan de salir adelante en un entorno hostil. Muestra el impacto del terrorismo de ETA en los distintos niveles de la sociedad, habitando su novela de ejemplares de todos los estratos, el médico de San Sebastian, el ama de casa rural, el joven escritor, el terrorista, la joven que huyó a estudiar fuera, etc. Con todos estos actores en el escenario construye una visión bastante completa y compleja del conflicto y de sus ramificaciones. El lector llega a entender el proceso por el que un joven decide formar parte de una banda terrorista dedicada al asesinato y la extorsión, comprende cómo es la vida en un pueblo que aprueba casi en su totalidad las acciones de ETA o llega a empatizar con las víctimas de un atentado que tienen que seguir viviendo su vida con el estigma de “víctimas”.

Pero además de todo esto, o mejor dicho, por encima de todo esto, lo que Aramburu narra es el drama de dos familias destrozadas por un único suceso, el asesinato del Txato, padre de familia de una de ellas. Dos familias enfrentadas por el resentimiento y el odio, por los reproches y la vergüenza, incapaces de dejar atrás el hecho que las marcó emocionalmente. Más allá de la exposición, detallada y bien documentada, del conflicto vasco, lo que realmente deja poso de Patria es la verdad que hay en sus personajes. La facilidad con la que retrata personas reales, que piensan y actúan como lo haríamos cualquiera de nosotros. Los personajes de Aramburu son personas atrapadas, que no viven la vida sino la sufren. No pueden ser felices, pero tampoco infelices, tan solo pueden ser; arrastrados por un torrente de emociones y decisiones que fueron tomadas por ellos, que los zarandea de un lado a otro. Se trata de toda una colección de emociones humanas, perfiles variados, llenos de errores y elecciones fallidas, pero humanos al fin y al cabo. La muerte del Txato pesa sobre todos ellos como una losa inamovible. Todos se atormentan por lo ocurrido, los unos y los otros, consciente o inconscientemente. No solo se ven incapaces de dejar pasar lo ocurrido sino que no quieren hacerlo, rechazando voluntariamente la felicidad en las escasas ocasiones en las que esta se presenta. La novela no es sino la búsqueda de esa redención, ese paso adelante tan difícil de dar para todos ellos con el que por fin logren dejar atrás la tragedia y seguir con sus vidas.

La poco habitual prosa de Aramburu sirve a la perfección para el propósito de narrar la cotidianeidad de ambas familias. Con un estilo barroco pero parco en palabras, define las escenas con certero detalle. No necesita demasiado texto para describir un encuentro, una conversación o un sentimiento. Quizás una mirada fugaz, dos palabras cuidadosamente elegidas y ya es suficiente para dejar la escena y la emoción grabada en el lector. Momentos familiares con la familia sentada a cenar o un encuentro entre dos personajes en una cafetería quedan retratados de una forma rápida con dos detalles bien ubicados.

Aramburu mezcla la narración omnisciente con los propios pensamientos de los protagonistas, a los que responde el diálogo de uno de los presentes en la escena que a su vez vuelve a confundirse con la voz del narrador en una mezcolanza de estilo narrativo extrañamente atractiva. También varía el tiempo de la narración, saltando de un momento temporal a otro y navegando por los recuerdos de los personajes sin rumbo fijo. Si pudiésemos echar un vistazo al interior de la cabeza de los personajes y ver sus conexiones neurales, Patria es lo que veríamos dentro. Retazos sueltos, trozos de una historia inconexa que se va contando sola. Los recuerdos llegan cuando llegan, uno no elige el momento, se abarrotan a las puertas de la memoria, aparentemente inconexos esperando su turno para reflotar a la superficie. Y así es como la novela va tomando forma, con recuerdos deslavazados que en apariencia no tienen orden ni concierto pero son parte indispensable de un gran tapiz. Uniendo los restos de memorias personales fragmentadas de todos los personajes, uno de aquí, dos de allí, otro de allá, es como al final la historia se va construyendo.

En el capítulo 109, Si a la brasa le da el viento, Fernando Aramburu hace examen de conciencia y se disculpa en cierto modo por escribir el libro. Expone sus intenciones y su posición. En una innecesaria explicación, dice el autor: “Escribí en contra del sufrimiento inferido por unos hombres a otros, procurando mostrar en qué consiste dicho sufrimiento y, por descontado quién lo genera y qué consecuencias físicas y psíquicas acarrea a las víctimas supervivientes.” Siendo esta una definición plenamente acertada de la novela, el mayor mérito de Aramburu sin embargo es la inclusión dentro del concepto “victimas” de una amplia variedad de personajes. No solo los hijos o la mujer de la persona asesinada son víctimas en esta novela, también lo son la familia del terrorista o el propio terrorista. El villano aquí no es una persona concreta con nombres y apellidos, ni siquiera la banda armada en sí. El enemigo es una atmósfera de opresión emocional, una negación de las emociones autoinfligida que aplasta a los protagonistas cortándoles el camino de salida a la vida. Patria no debería leerse como un ensayo sobre ETA y el País Vasco sino sobre lo que el odio y el rencor pueden hacer a las personas.
Enlace: https://quienvigilaaldrender..
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