Trópico de la violencia

Hace tiempo leí un artículo de Alberto Morán titulado "Grimdark, o la aceptación de la derrota" (se puede consultar en línea) que trata sobre las características de la violencia en esa corriente de la literatura fantástica y su rendición al capitalismo actual. Sin embargo, a pesar de acotarse tan solo a un campo compacto, creo que es extrapolable a gran parte de la literatura contemporánea.
El libro nos ofrece una imagen de Mayotte violenta en la que, a través de los testimonios en primera persona de algunos personajes, nos sumerge en el abandono en el que vive esta colonia por parte de la metrópoli. En lo técnico es inmejorable. El estilo es crudo, recordándome a Leila Slimani, y los distintos registros (mujer francesa blanca, cooperante, niños de la calle...) de los personajes están muy conseguidos.
Sin embargo me falla la temática y la forma de contar las miserias de Mayotte. Sí es verdad que la isla tiene un fuerte problema migratorio y de violencia, pero se nos presenta en forma que podía ser cualquier historia en cualquier otro país no occidental de estas que están de moda ahora. Como esta he leído últimamente más novelas. Novelas en las que todo gira en torno a la violencia y el resentimiento, en las que se reduce a las clases oprimidas a meros salvajes resignados a vivir entre hostias y basura, lo cual no deja de ser una forma de visión de eso mismo que critican: el colonialismo neoliberal. Y sí, en este caso la autora es de Mauricio y residió dos años en Mayotte, pero...

La pobreza y la marginalidad conducen a la violencia. Y lo hacen porque de alguna manera debe manifestarse la rabia.
Pensamos que los guetos actúan como una burbuja que aísla a los de dentro y a los de fuera. Y es verdad. Pero no del todo. Los jóvenes que se crían en ellos conocen la existencia de otra vida, de una mejor. Un día a día en el que no tienes que luchar por tu supervivencia, en el que solo hay que preocuparse por aprobarlo todo, llegar temprano a casa, hacer méritos para que las vacaciones de Pascua sean idílicas y para que tu familia, esa que te ama por encima de todo, esté orgullosa de ti.
El orgullo en el gueto es otra cosa. Allí lo único que ocupa tu mente es aparentar una fuerza que empieza a fallarte. Porque la debilidad se castiga. Y de ese castigo no se regresa.