La cobardía. con sus manos blancas, se encargó de amordazar a mi corazón para que se mantuviera callado.
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La cobardía. con sus manos blancas, se encargó de amordazar a mi corazón para que se mantuviera callado.
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Miró la bola del mundo encima de su mesa de estudio. De pequeño se sentaba delante de ella, la encendía y se quedaba mirándola mientras soñaba con viajar a infinidad de países. Ahora el mundo había dejado de tener luz para él.
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Cuando te pones delante de la cámara de tu propia vida, nunca sabes cuándo puedes pasar de ser un extra a ser el protagonista de la película.
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Una tira de luces parpadea entre las ramas (algunas de ellas fundidas). Ramiro se queda mirándolas un segundo y piensa que la vida es como aquellas luces que se funden sin saber porqué. A veces una parte de nosotros también se funde y queda a oscuras.
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Intento no mirar al espejo poniéndome de espaldas, aún así, y durante un segundo, no puedo evitar vislumbrar la cara derrumbada y sombría de alguien que va a la cola de la vuelta ciclista de la vida. Agotado y resoplando porque la meta está tan lejos que ya casi no le quedan fuerzas para seguir pedaleando. Ese soy yo.
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Sentí la espalda más ligera, como si todos aquellos malos recuerdos de la infancia y el maldito miedo se hubiesen difuminado.
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Ya nadie deja recuerdos tirados por la calle —pensaba, dando vueltas por aquí y por allá—. Es más, ya casi nadie tiene recuerdos.
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No hay nada más triste que un recuerdo feliz que revolotea sobre el presente y que, irremediablemente, te deja el alma como si le hubieran pasado una motosierra por encima.
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¿De qué nacionalidad es Edgar Allan Poe?