—Sola hay una persona a la que envidio en esta vida —me dijo—, y esa persona eres tú. —¿Cómo puede ser eso? —pregunté extrañado El capitán me dio un abrazo antes de contestar. —Por tu buena suerte, Simbad, por tu buena suerte. |
—Sola hay una persona a la que envidio en esta vida —me dijo—, y esa persona eres tú. —¿Cómo puede ser eso? —pregunté extrañado El capitán me dio un abrazo antes de contestar. —Por tu buena suerte, Simbad, por tu buena suerte. |
—¿Y a ti, Simbad? — me preguntaron—, ¿qué es lo que más te gusta en esta vida? Yo no tuve que pensarlo dos veces. Me quedé mirando el río a través de la ventana, y dije con voz firme: —Lo que más me cautiva en este mundo es el mar. |
—He ganado mi fortuna en siete grandes viajes —le explicó el anciano—. Si te quedas un rato con nosotros, ya te contaré cómo fueron, pues estos amigos han venido a que les explique la historia de mi vida. La conocen de sobras, pero nunca se cansan de escucharla.
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Cuentan que el día en que a Simbad el marino se lo llevó la muerte, el mar se volvió negro de tristeza. Para entonces, la historia de aquel viejo mercader y ahora bien conocida en Arabia y corría de pueblo en pueblo por otro reinos de Oriente. Todas las noches al salir la luna, los beduinos se la contaban al amor de sus hogueras, y cada vez que pensaban en Simbad creían oír el rumor de las olas en medio del desierto.
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¿En qué época se desarrolla la historia?