Pensaba con tristeza que las mujeres de su edad -tenía veintiséis años- ahora estarían ocupadas en las tareas domésticas, se cansarían y dormirían profundamente, y, al día siguiente por la mañana, se despertarían de buen humor; muchas de ellas se habían casado hace tiempo y tenían hijos. Sólo ella, quién sabe por qué, se veía obligada, como una vieja, a ocuparse de esas cartas, hacer anotaciones en ellas, escribir respuestas, y luego pasarse toda la tarde hasta la media noche sin hacer nada, y esperar a que le viniera el sueño