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Seré breve porque prefiero no extenderme mucho en las reseñas que son más bien negativas. Esta novela corta de Chejov no es “mala”, sino que simplemente a mí no me transmitió demasiado, a pesar de que busca insistentemente mover al lector con sus reflexiones sobre la locura, el estado calamitoso de los hospitales, la miseria y demás. Tal vez me hubiera gustado más si Chejov no echara todo eso en cara mediante ciertos recursos que a mí me suenan de otro lado (no sé de dónde, de eso estoy segura). El pabellón del título es el lugar del hospital en donde están los pacientes psiquiátricos. La novela arranca describiendo de forma detallada las pésimas condiciones edilicias y cuáles son sus pacientes. Se detiene en uno en particular, Iván Dmítrich, quien sufre de paranoia. Aquí se inserta algo bastante conocido: el paciente tiene trastornos mentales, accesos de ira y problemas para relacionarse, pero también tiene rasgos de brillantez. Y esa misma brillantez es la que busca Andréi Efímich, el director del hospital, quien tiene una mirada bastante negligente de su propia profesión y de la ruina del lugar en donde trabaja. le cuesta mucho soportar las limitaciones en la inteligencia de sus demás compañeros (y las del mundo también), así que Iván Dmítrich logra impresionarlo con su profundidad. ¿Por qué no me gustó como quería que me gustara? La temática me encanta, pero la narración es tan descriptiva y remarca tanto aquello que quiere acentuar, que a medida que iba leyendo también iba disminuyendo la “magia”. Para colmo, el final es predecible, por más que el camino hasta allí sea un poco alternativo. Rescato la construcción sólida de personajes y las reflexiones (aunque me queje de cómo se introducen). Chejov me parece un excelente cuentista y aunque esté criticándolo en este momento no significa que haya cambiado mi opinión. Simplemente, esta novela no fue lo mejor que leí de él. |
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