El niño pelirrojo asintió una sola vez y caminó con contenida gravedad hasta los dos montoncitos de arena que señalaban la portería del equipo de los chicos. Se colocó en el centro exacto y dio varios saltitos cambiando el peso de un pie a otro mientras observaba con atención a su contrincante: Enar Bocacloaca, una niña de siete años, los mismos que él. Pero ella no era tan bajita ni estaba tan escuchimizada como él. De hecho, le sacaba casi una cabeza. Y además tenía una mala leche terrible.
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