-Te creo cuando mientes y cuando dices la verdad, cuando callas y cuando hablas. Te creo cuando tus ojos son sinceros y tus sonrisas falsas. Cuando lloras y cuando gritas. Te creo siempre.
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-Te creo cuando mientes y cuando dices la verdad, cuando callas y cuando hablas. Te creo cuando tus ojos son sinceros y tus sonrisas falsas. Cuando lloras y cuando gritas. Te creo siempre.
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Pero ella era una niña. Y él su jefe. Y lo que estaba imaginando era asqueroso. ¡Podía ser su padre! ¡Incluso su abuelo! Uno muy joven, eso sí.
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Te creo cuando mientes y cuando dices la verdad, cuando callas y cuando hablas. Te creo cuando tus ojos son sinceros y tus sonrisas falsas. Cuando lloras y cuando gritas. Te creo siempre.
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Vive cada palabra que lee
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¿Me sonríes con la boca a la vez que me matas con los ojos? Decídete, Blancanieves o me quieres, o me odias, las dos a la vez no, por favor.
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Pero, claro, Cristina no era una mujer normal. Al contrario, era una complicada mezcla de claros y sombras en la que la realidad se confundía con la fantasía y las mentiras parecían ser verdad. Una mujer capaz de inventar el más imposible de los cuentos y convertir lo imposible en posible.
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Además, no era como si ella soñara con un amor como los que vivían los protagonistas de sus novelas. Ese tipo de amor no existía. De hecho, ningún tipo de amor existía. La atracción y el amor sólo eran reacciones químicas provocadas por la liberación de dopamina en el cerebro, las cuales alteraban la percepción de las personas. Y ella ya tenía bastantes problemas con el autocontrol como para permitir que una emoción creada por su problemático cerebro la alterase más todavía.
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Sí, ella siempre mantenía sus emociones bajo llave. Jamás se mostraba enfadada, alterada o asustada; sólo encantadora, voluntariosa y afable. Nunca protestaba ni rechazaba nada. Ya fuera una caricia, un trabajo o una petición, todo lo aceptaba con una sonrisa amable. Se parapetaba tras éstas y lo hacía tan bien que nadie sospechaba que eran tan forzadas como falsas. Pero no era sólo eso. Había más, mucho más escondido en esa frase. No era sólo mantener el control de sus emociones. Era mantener el control de todo. Siempre se mostraba sumisa, pero no lo era. En absoluto.
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La edad de la inocencia