No es un río

«Este hombre no es de este monte y el monte lo sabe. Pero lo deja. Que se meta, que se quede el tiempo que le lleve juntar leña. Después, el propio monte va a escupirlo, los brazos llenos de ramas, otra vez hacia la orilla».

Leer «No es un río» me llevó de viaje a la isla, al monte, a las aguas del río. En sus páginas respiré los aromas de la humedad de la ribera entre casuarinas y aguaribayes, timbós y alisos, el olor a pólvora y damajuanas, el calor del verano, el humo del fuego y los cigarrillos. La prosa de Selva Almada es un río que fluye con una cadencia poética. Mezcla las aguas del pasado y el presente, la realidad, los sueños y los mitos populares. Con un lenguaje litoral te transporta a la orilla del río, al encuentro con la vida de la isla.

Esta novela retrata un paisaje. El entorno isleño es el gran protagonista de estas páginas. En él, diversas historias se entraman en un universo de masculinidades y violencias naturalizadas. Enero Rey, el Negro y Tilo, el hijo de Eusebio, el amigo fallecido, llegan a pescar a la isla. El respeto a la naturaleza se impone. Los isleños se enfrentan con los continentales y escupen a quienes no cuidan y pertenecen al río. El silencio y la ambigüedad se respira, un extrañamiento nos deja abierta la corriente que entremezcla realidad y fantasía. Este libro es sobre la amistad, los lazos que unen y distancian, el fuego que transmuta el dolor.

«No son solamente árboles. Ni yuyos.
No son solamente pájaros. Ni insectos.
El quitilipi no es un gato montés aunque de repente pueda parecer.
No son unos cuises. Es este cuis.
Esta yarará.
Este caraguatá, único, con su centro rojo como la sangre de una mujer.
Si alarga la vista, donde la calle baja, llega a ver el río. Un resplandor que humedece los ojos. Y otra vez: no es un río, es este río. Ha pasado más tiempo con él que con nadie».