 |
El color púrpura da voz a las mujeres; a distintas mujeres, pero sobre todo muestra las distintas formas que las mujeres tienen de relacionarse con sus propias necesidades y con su identidad, y la forma como todo ello evoluciona. Y lo más bonito. Gracias a qué. O mejor dicho, a quién. En cuanto a las protagonistas femeninas encontramos diversos relatos y tramas que se entrecruzan. No sólo a las dos hermanas protagonistas, que se manifiestan de modo epistolar, sino a todas las que las rodean. En todos los casos asistimos a sus procesos de maduración (especialmente en el caso de Celie), un proceso en el que la independencia de criterio, la capacidad crítica y el sentido de libertad van ganando cada vez más terreno. Su inconformismo se despierta a niveles diferentes, y logra alcanzar al pequeño sistema que las envuelve, alterándolo. En este sentido es un libro esperanzador que incluye un mensaje clave: las mujeres no pretenden ser otra cosa que ellas mismas, es decir, no anhelan ser como los hombres, no buscan ocupar “su” en la sociedad, sino construir sus propios espacios. Lo más bello para mi de esta novela es lo que surge entre las mujeres, un tipo de energía y de fuerza que traspasa prejuicios, costumbres y creencias. Esa sororidad da empuje a la historia y a los personajes, que con las redes de ayuda que tejen desarrollan mayor criterio, fuerza y autonomía. La idea de familia, inicialmente tradicional, deviene una construcción surgida del establecimiento de estas redes de apoyo mutuo, promovidas por las mujeres. El machismo, el racismo, la pobreza (el capitalismo), el clasismo, el colonialismo, la religión y la homosexualidad femenina (me pregunto si Spielberg recogió esto en su película) constituyen ejes centrales. Leyendo este libro he recordado a bell hooks, pues el libro refleja la forma como el sistema patriarcal constituye un obstáculo para la sororidad. |
>
