Los muchachos de zinc

Una vez más, Svetlana Alexiévich recoge el testimonio de personas que vivieron una guerra, en este caso la de Afganistán. Muchos fueron engañados, no sabían a dónde iban, otros se alistaron para llevar el comunismo allá donde fuera necesario. Algunos volvieron mutilados, otros en ataúdes de zinc.

Este libro es controvertido porque de nuevo muestra la cara oculta de la guerra, la fea y desagradable, la que nadie quiere ver. Por eso, tras su publicación, muchos se disgustaron, otros se avergonzaron y algunos pusieron el grito en el cielo tras leer los testimonios no solo de soldados, sino también de otras personas que vivieron la guerra de Afganistán en primera fila: hablamos de enfermeras, cirujanos, personal de limpieza… Además, también recoge las palabras y emociones de numerosas madres de hijos e hijas que fueron allí.

Comienza con un breve prólogo con el testimonio de la madre de un soldado. Después, la propia autora nos muestra su libreta de notas con pensamientos suyos mezclados con sus primeras impresiones hablando con soldados sobre la guerra de Afganistán. Tras esta especie de introducción, tenemos tres capítulos más largos en los que podemos leer de principio a fin los testimonios que la autora recogió. Testimonios muchos de ellos duros, otros sorprendentes. al leerlos da la sensación de que no ha cortado nada todo está tal y como se dijo, con sus errores y balbuceos.

Después, la autora nos da buena muestra del juicio que se le hizo al libro y a ella como autora. Mucha gente la denunció diciendo que estaba difamando sobre algo que ella no conocía de primera mano, y en este último capítulo nos ofrece artículos de periódico, transcripciones del propio juicio, cartas y otros documentos necesarios para entender todo el proceso judicial. Esta es la parte que se me ha hecho más pesada de toda la lectura, ya que me ha parecido algo repetitiva. Me hubiera gustado más que la propia autora nos contara los entresijos de esta experiencia, y no que nos diera los documentos sobre ella como hace en el libro. Aún así, resulta interesante cómo la gente dedicaba su tiempo a intentar hundir a la autora, con qué inquina hablaban de ella y de su libro.

Un libro duro de leer, como otros de la autora, pero muy necesario para darnos cuenta de lo horrible y traumático que puede llegar a ser vivir una guerra, tanto para las personas que están ahí como para sus familias.

Creo recordar que pocas veces en mi vida (o casi ninguna) he dejado escapar alguna lágrima con una lectura y ese no es el baremo por el que considero este libro uno de los mejores que he leído, pero sí que me parece justo resaltar que es un libro lleno de emociones, sobre todo de aquellas que solemos rehuir: vergüenza y compasión.

Esta lectura es un tesoro, a veces espeluznante, terrorífica, pero sobre todo es necesaria porque pone luz a décadas de oscuridad en unos corazones que aparentemente nos son ajenos y lejanos, pero que nos hacen recordar algo que parece obvio: que las guerras definen tanto al que va a luchar como al que se queda a mirar y esperar.

Alexiévich recoge los testimonios de los soviéticos que fueron llamados a Afganistán con la premisa de ayudar a un pueblo hermano y que, sin embargo, les atrapó en una guerra sin sentido, donde el que vence no es el que consigue escapar de ella.

Desde los dinteles de las casas de su patria se les consideraba a veces asesinos, a veces héroes, siempre desgraciados, porque dieron sus vidas y condenaron las de sus seres queridos por la defensa de unos ideales que les inculcaron a fuego desde las trincheras blindadas de los despachos políticos.

Hablan los pocos afortunados que han podido regresar (enteros o mutilados), hablan las madres que vieron, en el mejor de los casos, un ataúd de zinc con los supuestos restos de sus hijos, hablan las mujeres que quisieron ayudar (a los otros y a sí mismas).

Esta coralidad de perspectivas y recuerdos nos permiten acercarnos al conflicto desde la multiplicidad del gris, aunque queramos es imposible situarnos en el blanco o el negro, porque solo aquellos que han estado en el infierno deberían poder hablar de él, libres por un momento de la soga que les espera detrás de su espalda.

Fue tal el impacto social de los testimonios que recogió Alexiévich que incluso fue denunciada y llevada a juicio por dos de las personas con las que habló. Esta parte del libro te remueve las entrañas casi igual o más que las decenas de historias que lo nutren, porque te hace preguntarte ¿qué contiene más verdad: la herida en carne viva o la cicatriz?

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En este libro la crudeza, pero también la humanidad, la esperanza y el rechazo a la guerra sigue estando presente como es sello distintivo de la obra y pensamiento de la autora. Relatos enmarcados en una historia del siglo pasado pero con vigencia latente en un mundo en el que siguen las incursiones en países por parte de potencias, camufladas de paz buscando mayor hegemonía.

Un relato desgarrado de un juego de ajedrez en los que quienes mueven las fichas nunca han puesto, ponen o pondrán la sangre, los muertos, el dolor, la frustración pero si continúan moviendo hilos para borrar evidencias y revictimizar a quienes usaron.

Papeles cambiados, odio desde la propia patria, repudio en la tierra en la que no se sembró nada, soldados, familiares, civiles abriendo los ojos a una realidad de la que algunos quisieran no despertar, los regímenes totalitaristas solo lo son para los que están fuera del poder; la obra de S. Alexiévich es una narrativa humana del dolor y de la esperanza que los libros de historia difícilmente querrán contarnos.

Este el el tercer libro de la autora que tengo oportunidad de leer, y a pesar de que es la misma fórmula, sigue siendo impactante. El horror de la guerra, las motivaciones y miedos de los soldados, de los miedos de cada una de las madres, de la desesperación e ilusión por volver a ver a sus hijos a la desilución de cuando tenían el milagro de verlos de nuevo y a la vez encontrar a un desconocido que llega al hogar completamente ausente, es impresionante.