Sinceramente, si le pudiera poner un 10 sobre 5 lo haría. En este libro el autor nos cuenta la historia de una familia de mujeres cuyos personajes están tan bien perfilados que parecen formar parte de la propia. Se trata de una novela coral, que me ha encogido el corazón desde la primera página. La pluma del autor, una vez más, acaricia los sentimientos con una sensibilidad increíble. A lo largo de toda la obra, Mencía, la matriarca de la familia, nos sacude con reflexiones intensas, aunque lejos de crear moralinas, porque lo hace desde la perspectiva de alguien que no tiene nada que perder y mucho por disfrutar, que sabe ver con verdadera claridad las cosas, sin dobleces ni justificaciones. He sufrido con este libro como hacía tiempo que no lo hacía leyendo. ¿Se puede sufrir de una forma bonita? Es muy difícil, pero es lo que consigue Alejandro Palomas con su narración porque, a pesar de que duela, la necesidad de seguir ahondando en los personajes se impone. El arte se ve multiplicado por los golpes de humor que salpican las páginas. Me he quedado prendada del ingenio, la agudeza y el sarcasmo de esta anciana nonagenaria. En esta obra todos juegan un papel muy importante y son engranajes que cumplen con su función. La relación de las hermanas es preciosa, al igual que la de toda la familia con su tía. Pero sin duda alguna, me quedo con Mencía. Porque ella es “casa”, es cobijo y bofetón de realidad. Hay una frase que describe su hija Lía: “Difícil y generosa, complicada y simple. Completa” He terminado cogiendo tanto cariño a los personajes que cuando he cerrado el libro me he preguntado qué será de mi vida ahora sin ellas. No sé si decir que este libro es una lección de vida. Creo, más bien, que este libro es la vida. |