Nos pasamos la vida aprendiendo a movernos por ella de una manera que no duela. Nos aislamos, retrocedemos, marcamos lugares a los que jamás iremos en mapas que se cierran al caer la noche. Nos dejamos acompañar. Pero llega el momento en el que el mundo que creamos, con su vigía asentado en su torre de marfil, no nos protege de nada. Y entonces es cuando de verdad tenemos que empezar a aprender: a ver la música, a contar secretos, a darnos una segunda oportunidad. En Venecia los puentes son necesarios para la vida. En nuestra existencia también. |