Caballo sea la noche

La nueva novela de Alejandro Morellón es la historia de una familia feliz, que sucumbió ante un hecho trágico. Son cuatro sus integrantes, Marcelo y Rosa, los padres, y Óscar y Alan, los hijos, pero solo Alan y Rosa dan en cada capítulo su visión de los acontecimientos, porque son los únicos que permanecen en la vivienda, atenazados por el transcurrir de los días sin haber exorcizado los demonios que anidan en sus interiores. Una familia “que era la imagen perfecta del amor maternal”, truncado por algo que ocurrió, que le sucedió a Alan, el pequeño. La verdad reside en una carta (que emplea la herida y el cuchillo baudelairiano) escrita por el padre, antes de su forzada marcha del núcleo familiar, que el lector página a página comprenderá.
Si el título de la novela es un verso del autor ecuatoriano Roy Sigüenza, el resto de la novela parece compuesta de las esquirlas de Nefando y de Mandíbula de la ecuatoriana Mónica Ojeda, aunque sin tanta violencia manifiesta, ni tanta perversión. Morellón es un tanto más sutil en este sentido y su crudeza psicológica, velada. Alan, a pesar de lo sufrido, vive “cuestionándome la naturaleza del deseo que siempre avanza en perpendicular a la voluntad pero sin tocarla nunca”. A Rosa le sorprende que “a causa de su ser sensible Alan haya querido permanecer imperturbable”, debido a que “Alan idolatraba a Marcelo de una forma casi reverencial” y es que “por ellos conocí lo más hermoso y lo más terrible” hasta el punto de “sentir que la realidad es incertidumbre, es inestable” para concluir que “ya solo me queda esperar a que mi hijo despierte.”
Esta es una novela con los capítulos escritos sin ningún punto (salvo los finales de capítulo), solo comas. Cristo versus Arizona de Cela solo tiene un punto, pero hay más abstracciones que en Morellón, El otoño del patriarca de García Márquez escasea en comas, pero encadena diferentes puntos de vista narrativos, algo que Morellón no hace por su división en capítulos, Seducciones de Roberto Santiago intercala historias con un único narrador, pero no cuenta la misma historia desde diferentes puntos de vista como Morellón, algo que le acerca y al tiempo le aleja de Juego de cartas de Max Aub. Una novela diferente, como suelen ser las de la editorial catalana Candaya, pero que confirma a Morellón como un autor en ciernes con mucho futuro por delante si asienta su voz narrativa y despoja su estilo de concomitancias. Lectores le esperan.

Qué especial y original ha sido leer 𝘊𝘢𝘣𝘢𝘭𝘭𝘰 𝘴𝘦𝘢 𝘭𝘢 𝘯𝘰𝘤𝘩𝘦 de 𝘈𝘭𝘦𝘫𝘢𝘯𝘥𝘳𝘰 𝘔𝘰𝘳𝘦𝘭𝘭ó𝘯, único escritor español ganador del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel G. Márquez. Con esta primera novela se aleja del género fantástico para darle forma a una escritura poética, desbocada e íntima, donde el dolor y la locura lo envuelven todo.

Mediante solo 89 páginas, el autor narra el desmoronamiento de una familia tras la ausencia del padre y del hijo mayor, e indaga con sutileza en temas como la identidad de género, el deseo, la culpa, o la pérdida.

Creí que se me desharía entre las manos de lo rápido que lo leería, pero me equivoqué. Cuando abrí el libro y leí las primeras líneas me di cuenta de que iba a ser un proceso lento e intenso, casi agotador. No hay puntos, no hay párrafos, el texto es una verborrea tan hermosa como asfixiante, páginas en blanco donde el autor ha vomitado palabras, sensaciones y pensamientos aparentemente sin orden para darles la forma deseada.

Al principio me provocó algo de rechazo y no me enteraba de nada de lo que estaba leyendo, e incluso tuve que releer las primeras páginas hasta que logré entrar en la dinámica de la narración. Finalmente, terminó resultándome tan adictiva como incómoda de leer (pero una incomodidad apetecible).

En este pequeño libro se alternan dos voces, la de una madre y un hijo. Dos versiones diferentes, dos maneras de sobrevivir en una misma familia, de amar, de enfrentar el dolor y un mismo secreto. Un secreto que respira bajo la superficie de las páginas queriendo salir, aunque los protagonistas parecen querer ocultarlo todo el tiempo posible. Finalmente, se revela, inconfesable, provocador, y hasta diría que un poco perturbador. No me lo imaginaba ni un poquito.

En definitiva, este es un libro que hace honor a su portada. Es un caballo blanco desbocado en la noche que no frena desde que lo sueltan con la primera palabra

Caballo sea la noche presenta la historia de una familia rota, donde madre e hijo exploran sus inquietudes en los monólogos interiores en los que están divididos los capítulos del libro. En el pasado eran una familia feliz, la madre, el padre y los dos hijos; pero algo pasó y ahora solo viven en la casa la madre y el hijo menor. Los dos viven sin apenas cruzar palabras, intentando sobrevivir, pensando en el pasado y en su felicidad anterior mientras interiormente se cuestionan lo que pasó e intentan descubrir quienes son de verdad. Ese acontecimiento que cambió su vida familiar es un misterio para el lector, quien al final del libro descubre de qué se trató, a través de una carta que dejó el padre.
La narración es fluida y angustiosa por momentos, y a esto contribuye la escasez de puntos para finalizar las frases, tan solo se encuentra un punto al acabar cada capítulo.
Un libro diferente e intenso, sobre el pasado y el descubrimiento de uno mismo.

El caballo blanco con el que sueña Alan refleja su yo onírico que cabalga en la noche con el poderío y la fuerza de un corcel indomable. Este animal interior con el que se siente identificado el chico simboliza la evasión familiar, los silencios, las ausencias y la huida de una realidad dolorosa que aún no ha sanado. Los sueños, donde todo parece posible, no son la única vía de escape. Este ente equino, que da título a la obra, es doblemente reconfortante a la hora de alejarse de un problema porque en el imaginario colectivo se asocia al constante movimiento hacia ninguna parte. Cabalgando por la noche eterna.

Cuando no queremos afrontar sucesos que nos ocurren en nuestra vida, nos cobijamos en imágenes oníricas, deseos o recuerdos. Estos recovecos de la memoria que suponen una ventana a un pasado dulce palian malos momentos por los que las personas podamos pasar. Para reactivarlos, Alan sueña. Su madre, sin embargo, vuelve a ellos repasando fotografías de álbumes familiares que retratan pequeñas dosis de felicidad que le ayudan a no pensar, a no sentir, a no sufrir por el tabú que lo separa de su hijo. Ese retiro hacia fragmentos del pasado la aísla de afrontar una solución conjunta que la sane a ella y a Alan. Los dos habitan el mismo hogar separados por un cisma compartido que va creciendo conforme más tiempo pasan sin tender un puente que los ayude a seguir adelante.

A la hora de abordar la pérdida del padre y del hermano mayor, se opta por marcar en las voces narrativas dos caminos paralelos que nos dan dos miradas de una misma historia familiar. El hijo apenas usa los nombres propios de su familia, ya que su discurso está repleto de lirismo, simbolismo, silencios cuyo peso nos explica el origen de la ruptura del núcleo familiar. Rosa, la madre, en su recorrido por las imágenes que captaron momentos felices con su familia opta por referirse a ellos por su nombre propio, su carácter, los detalles que se esconden tras cada instantánea y que enmascaran una doble pérdida que no quiere afrontar. Superar este bucle hacia el pasado sería una forma de continuar hacia adelante.

Caballo sea la noche retrata la fractura de una familia ante una tragedia, muestra cómo los dos supervivientes de este suceso lo arrastran en su cotidianeidad refugiándose en los sueños o en los recuerdos. Una madre y un hijo comparten un dolor silenciado que Morellón reproduce en un texto poblado por lirismo, omisiones de sucesos cuyo peso cargan Rosa y Alan y un ambiente asfixiante que se palpa en todo momento.

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El libro se compone de 5 capítulos, cada cual es un monólogo muy personal de nuestros dos protagonistas (madre e hija), sin utilizar un solo punto, un vomito de sentimientos. En el nos narra el suplicio que es todo lo que les rodea y su pasado. Ambas se quedan solitarias tras marcharse el marido-padre e hijo-hermano.

No ven ningún futuro, una solo quiere dormir para que el tiempo pase y algo bueno sucede en algún momento. La otra intenta no dormir como medio de fustigarse por todos sus errores. La casa se vuelve una cárcel, con dos vidas que se observan y más se deprimen por ver a la otra sufriendo y continuamente recordando los sucesos que les marcaron ya que no sucede nada más en su presente como para hacerles ilusionar. Pero con sus escasas 100 páginas nos aguardará un final rotundo.