Siberia: Un año después

En "Siberia. Un año después", Daniela Alcívar Bellolio nos habla sobre el duelo de una mujer que acaba de perder a su bebé. Es el duelo del cuerpo que aún siente a este hijo en sus entrañas, el dolor de lo perdido, de los recuerdos nunca creados, de lo que pudo haber sido pero quedó truncado repentinamente.
Leer esta novela ha sido duro en muchos momentos. El vacío, la ausencia con la que te encuentras tras la muerte de un ser amado es siempre devastadora y cruda, un tema universal y tratado mucho en literatura, pero Alcívar consigue con una escritura íntima, cercana, de paralelismos exquisitos, hacerte partícipe del dolor de esa mujer y de la etapa de desolación y caos que la sigue.
El entorno es también uno de los principales protagonistas de esta historia, que sirve como reflejo del estado anímico de la mujer y de la fragilidad de la vida. Las ciudades en las que esta mujer se mueve (Quito, Puembo, Buenos Aires) parecen acogerla en su seno a la par que muestran su violencia e inestabilidad. La naturaleza, el tiempo, todo lo que le rodea acaba o bien por fundirse con sus estados y sentimientos creando así una perfecta armonía, o bien se contrapone mostrando un estado perenne de lucha e inquietud. En muchos momentos la tranquilidad del ambiente puede ser interrumpida sin previo aviso: la ciudad de Quito está construida en la falda de un volcán que en cualquier momento puede entrar en erupción, un árbol que en días de viento amenaza con caer sobre su casa. Pero también son ambientes que acogen a sus habitantes como si de un útero se tratara: ciudades rodeadas de montañas que envuelven como en un abrazo a sus habitantes; sitios oscuros como cuevas en los que da sensación de recogimiento. Y por supuesto Siberia, tierras frías, áridas, un desierto helado en el que el cielo se funde con la tierra creando la nada, fantástico reflejo del desamparo interno.
Es una novela que gira en torno a la pérdida, como si se tratara de un ejercicio terapéutico. Una novela que sale de ella para volver a ella, infundiéndole vida; que es como la cicatriz que marca su bajo vientre, recuerdo indeleble en la piel.