Toda su vida, Kástor se ha sabido distinto. Esa cabeza suya. Mientras, poco a poco, su respiración se vuelve regular y los latidos que amenazaban con agujerearle el pecho se aquietan, pierde la esperanza. No puede. Porque esa cabeza suya a veces le juega malas pasadas, le hace encerrarse cuando lo que le rodeaba se volvía demasiado hostil. Pero tenía cosas buenas. Y ahora. Ahora a veces le llegan imágenes, recuerdos rojos como el Fuego y gritos y voces que ni siquiera recuerda pero que sabe que ha vivido. Ni siquiera siente esa cabeza como suya. No sabe cuánto aguantará.