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Estaba convencida que Una familia en Bruselas no me iba a gustar. Me equivoqué. Me deje llevar por mi rechazo inicial a una prosa que no es habitual entre mis lecturas. Una prosa que salta de la tercera a la primera persona y que de forma a veces confusa, a veces atropellada, no hace sino dar voz al monólogo interior de una mujer que se recupera de una gran pérdida. Y aunque este sea un relato de duelo, de soledad y de memoria, no puedo sino sonreír acordándome de ese amor tan generoso que profesa la protagonista por sus hijas y en general por todos esos seres queridos que le alivian los huesos. Aliviar los huesos. Nunca había oído esa expresión y me la he guardado para mí. "Ahora vienen ellos a buscarme y dicen que los niños se alegran de verme y que me quieren y yo también los quiero y les doy besos y eso me alivia los huesos. Son muy buenos y yo los quiero y ellos me quieren y me entra apetito. Es mi familia." Al final, sin darme cuenta leí este texto en una tarde, incluidas las notas que lo preceden y suceden. Notas que contribuyen a entender la obra y que le aportan valor. Así uno descubre que su autora Chantal Akerman, cuya figura desconocía y de la que quiero ver y leer más, concibió este texto como un monólogo y así fue representado en París y Bruselas. Y que el texto le debe mucho a la madre de Chantal Akerman, figura clave en la obra de la autora. Ha sido un placer leer y comprobar cómo una historia aparentemente tan personal como esta puede tener tantos protagonistas diferentes. Podríamos ser tu o yo. Que fácil ha sido entender a esa madre y esa hija cuyas voces a veces se confunden. + Leer más |