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Louis Aragon dijo que Yamilia era la historia de amor más bella del mundo. Sin embargo, la dimensión del amor va mucho más allá que el simple romance. El amor adquiere su significado más amplio, desde la representación tangible en la tierna historia de dos adolescentes, hasta el deber y los vínculos familiares. Pero también está presente en su expresión más abstracta, como puede ser el afecto y el apego por la tierra que nos vio nacer y crecer o el amor por el arte y el proceso de creación artístico. El narrador es Seit, la voz afectuosa del único hijo varón que no se ha ido a la guerra, uno de tantos dzhiguits forzados a crecer. Él es el observador del paisaje, de su pueblo, de su familia, y, sobre todo, de la calmada y lenta evolución de la relación entre Yamilia, su hermana política, y el misterioso Daniyar. Pero esta historia es el pretexto utilizado por el autor para retratar la vida de una pequeña aldea kirguiza en 1942, para mostrar la belleza de la tierra a pesar de los horrores de la guerra, para describir el encanto de la vida frente a la muerte que se escucha y para reflejar la irrupción del arte en en alma humana. En la narrativa de Chinguiz a veces dicen más los silencios que las palabras. En su relato, la música traspasa las páginas y llega hasta los oídos de la lectora, esa canción de las montañas y de las estepas que alza el vuelo y se extiende libre. El autor, en solamente noventa páginas, crea un ambiente que te atrapa y cuya belleza dificulta no esbozar una sonrisa. Por Yamilia y Daniyar, por la baibiche, por Seit y su talento, por la belleza de lo que leemos y por la esperanza. |
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