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Un banco. Un alto en el camino para... consultar el móvil, hacer una llamada, leer un libro... o simplemente estar. Usar nuestra mirada para ver la vida que fluye a nuestro alrededor, esa que no para; y para percibir la que late en nuestro interior, esa que demasiadas veces nos preocupa o atormenta. Sí, lo sé, el banco en cuestión se usa mucho más para lo primero que para lo segundo o, sencillamente, no se usa. Sin más. Parar el lujo que cada vez menos personas pueden permitirse. Jonás se encuentra en una encrucijada. El viejo Lulot se cruzará en su camino crispándole en un principio con su hostilidad senil, pero sacudiéndole y echando abajo todas esas ideas derivadas del dolor, la desilusión y la preconcepción que no le dejan avanzar. Sentarse en los bancos del parque con Lulot se convierte en esperanza, en un modo de llegar por fin a una decisión que le aleje lo más posible de esa infelicidad tan latente. Y dentro de ese hilo conductor, cuatro cuentos que el viejo huraño le regala llenos de mensajes importantes para que Jonás pueda seguir adelante. Cuentos preciosos que parecen sacados de fábulas o leyendas antiguas, cortos pero redondos y perfectos para dejar en el chico el poso necesario. Una lectura corta, de esas que apetece releer por trocitos una vez que la conoces completa y un personaje, Lulot, con el que no me importaría toparme. Desde entonces, no veo los bancos de la misma manera y pienso que... tal vez si me siento y espero... |
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