Terminó rodeándose de paredes de palabras. Le proporcionaba protección contra la locura del mundo exterior, o, como mínimo, un mapa de carreteras para recorrer el caos.
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Terminó rodeándose de paredes de palabras. Le proporcionaba protección contra la locura del mundo exterior, o, como mínimo, un mapa de carreteras para recorrer el caos.
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Y entonces volví a casa, volví a la casa de mis padres, volví a un pozo sin fondo de tristeza. Al impresionante silencio que dice que una vida ha terminado. Pág. 344 |
Chimen recurrió a Spinoza […] Los historiadores, pensaba ahora, como los filósofos, tenían el deber «no de reír ni de llorar, sino de comprender». Pág. 293 |
Eran personas que sentían el peso de la historia –los pogromos de la generación de sus padres, el Holocausto de su propia juventud- y que no creían que la historia les permitiera elegir su más profunda identidad. Eran judíos hasta la médula: no revolucionarios que eran judíos, sino judíos que habían elegido ser revolucionarios. Pág. 229 |
Si el mundo creado por Dios ha de existir siempre, y sus estructuras están determinadas no por las acciones y elecciones del hombre, sino por un Dios cuyos motivos no se pueden desentrañar, ¿qué espacio queda para la moral, para el libre albedrío, para los conceptos del bien y del mal? Pág. 185 |
En nombre de la ideología, Chimen y Mimi habían jubilado a su Dios; pero durante el resto de sus vidas, Él siguió allí en segundo plano, tentándolos a que lo resucitaran en los ritos y costumbres de la existencia diaria. Pág. 156 |
A lo largo de las décadas, Chimen se había vuelto tan adicto a la letra impresa, a la textura de sus libros, al tacto de los viejos manuscritos y al material contenido en su correspondencia escrita, que terminó rodeándose de paredes de palabras. Le proporcionaban protección contra la locura del mundo exterior, o, como mínimo, un mapa de carreteras para recorrer el caos. Pág. 23 |
«Fuese lo que fuese lo que llevó a San Jerónimo a llamar mansiones a los viajes de los israelitas a través del desierto», escribió el poeta metafísico inglés John Done en su sobrecogedor sermón Duelo de la muerte, escrito poco antes de su fallecimiento en 1631, «la palabra (…) no significa sino un viaje, una peregrinación.» Pág. 22 |
«¿Quién tiene derecho a escribir sus recuerdos?», preguntaba a sus lectores el escritor exiliado. Y respondía: «Todo el mundo. Porque nadie está obligado a leerlos. Para escribir los propios recuerdos no es necesario en absoluto un gran hombre, ni un famoso criminal, ni un célebre artista ni un hombre de estado; es suficiente con ser simplemente un ser humano, tener algo que contar, y no sólo desear contarlo sino tener al menos un poco de habilidad para ello». Pág. 20 |
La funesta presencia, la irrevocabilidad de la puerta de hierro que separaba la vida de la muerte, me partió por la mitad, me hizo pedazos. Pág. 16 |
Son considerados los padres de la filosofía occidental: