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ISBN : 9707480858
107 páginas
Editorial: Universidad Autónoma de Chihuahua (09/04/2008)

Calificación promedio : 4.5/5 (sobre 1 calificaciones)
Resumen:
Las palabras fluyen por los cauces del tiempo. Suelen brotar de manantiales frescos, para hilar y tejer universos singulares. Son voces en busca de concreción, como la de Reneé Acosta, gambusina del discurso, quien ha fundido en El sentido de las horas su voz de poeta. El lector encontrará aquí un tejido poético hecho con esmero. Es una selección de poemas que recogen lo más logrado, hasta ahora, de su producción. Un trabajo que ya muestra el colorido y la tez de un... >Voir plus
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
joseluispoetry
 09 December 2019
EL SENTIDO DE LAS HORAS.
Una lágrima es una cosa intelectual.
William Blake.
In my begining is my end.
Thomas Stearn Eliot, Four quartets.

El proceso de la sabiduría siempre nos es tardío a los seres humanos. de ahí que en la época que nos toca vivir a cada uno, siempre estemos cuestionándonos sobre la raíz de todas las cosas; somos, en fin, ignorantes de nuestro propio devenir, y por lo tanto, condenados a vivir siempre a destiempo.
Imágenes surrealistas, daliescas, matemáticas, poética y filosóficamente posibles desfilan por la poesía de Reneé Acosta. Artrópodos, insectos, arácnidos son los oscuros símbolos de una alma gemela de un tal Gregorio Samsa que se perfila en algunas de estas líneas. Lentes, péndulos, compases y reglas, puntos, líneas y circunferencias, signos matemáticos y metafísicos, bíblicos y mitológicos, carruajes y cebollas minimalistas nos revelan una inteligencia aguda, plena de sus facultades, deseosa de atender, aquí, su entorno, y allá, el cosmos, en una poética de la visión que intenta abarcarlo todo. Reneé Acosta es una poeta inteligente, que no cerebral, que no fría, inteligente, cuya agudeza intelectual es tanta, que su propia red crítica no deja jamás filtrar una sola palabra de desecho entre sus líneas versales. Eso no la salva de que también la emoción se configure en sus versos.
La clave de buena parte de la poesía de Reneé Acosta radica en esa metáfora que resulta luego de la paradoja de Grelling, del pensamiento inteligente que se piensa inteligente, de una Eva singular en esa búsqueda y hallazgo y arrobamiento que le provoca el árbol, mítico, del conocimiento; en un mundo donde las cosas no son lo que aparentan; donde las cosas resultan inasibles en virtud del ojo que las mira; donde las cosas son inaprehensibles en virtud de la mente que las piensa. Reneé Acosta confirma, por ejemplo, en el poema Ojo y figurilla de parafina lo que su tocayo, el famoso pintor francés René Magritte nos ha dicho en uno de sus cuadros, que “Esta pipa no es una pipa”, es decir, que este mundo no es este mundo. Ojo y espejo son dos símbolos constantes de ese infinito, perdidos en el túnel de sí mismos.
El nihilismo nos hace guiños en sus versos, en esa coquetería del tiempo metafísico que a todos nos atañe. Hay una especie de panteísmo temporal que se diluye suavemente, una especie de autofagia cronológica que anula al poema a la vez que, oh, paradoja, se va haciendo más presente. El tiempo en reversa, la vuelta del revés que es un absurdo, como es absurda, a veces, la realidad que nos circunda. Alegoría de una Penélope que en su escritura teje y desteje cada uno de nuestros posibles sueños. El alma de poeta que habita en Reneé Acosta crea desde la nada un orden nuevo; desde lo lineal surge un universo renovado.
La exploración del microcosmos en esa búsqueda angustiosa de la propia identidad nos revela a una poeta humilde, serena, y al mismo tiempo grande. Lo pequeño de Ítalo Calvino como una de sus Seis propuestas para un nuevo milenio también se hace aquí presente. Desde el cero, que es la nada, la invisibilidad, pasando por lo minúsculo, lo micrométrico, hasta llegar al uno, por decisión propia. Y el uno y el cero, recordemos, son la base de todo un sistema numérico, de un universo llamado civilización occidental.
En una sociedad como la nuestra, en la que se imponen normas demasiado rígidas con tal de vivir en armonía y en sana convivencia; en donde somos todo aquello que otros miran y envidian, que otros piensan; lo que otros dicen de nosotros; irrumpe la mirada aguda de la poeta pulverizando con sus actos las susodichas reglas, y afirmando con cierto desparpajo, que a pesar del mundo aún se puede vivir a plenitud.
En un mundo que ha sido descubierto como una agresión, en donde el poeta ha sido proyectado como una piedra en una honda y por una mano de no se sabe bien qué cuerpo, qué rostro, qué nombre, qué mala o buena voluntad, es de vital importancia iniciar esa búsqueda de sentido. Entonces su voz se alza de entre las líneas lo suficiente como para hablarnos del ahora, del eterno tiempo presente, del instante vertical que debiera poseer al hombre horizontal de nuestro tiempo. La contemplación de una noche estratificada en el siglo XVII, también es un mero pretexto para tratar el devenir del calendario y del tiempo paralelo entre la luna y la poeta que es Reneé.
En El sentido de las horas, Reneé Acosta afirma haber adquirido el famoso Tercer ojo del que nos habla Lobsang Rampa, y vaya que se lo creo, ya que en dicho volumen, la poeta sustituye sus ciclos de nacer y renacer de los engranes girando sobre el centro de sí misma, y se convierte también en el ojo del vigía, en el ojo mecánico envuelto en esa exacta mecánica del ojo, que surge una y otra vez en su poesía a lo largo del tiempo. Ella es, ahí, el punto Cero desde donde comienza siempre, el gran salto del Cero al Uno, la creación de sí misma, la inteligencia (el Nous) echándose a andar por el mundo, la profundidad de la mirada que se posa en el Caosmos, lo que la convierte en una skoptofílica, es decir, en una artista del vouyeur.
El sentido de las horas, está compuesto por cuatro cuadernillos de poemas, escritos a lo largo de siete años a partir de 1999. El que inicia es el que da el título al libro. En el poema cuyo nombre es El lado plano, en la página 12, la poeta chihuahuense afirma categóricamente:
Hoy tengo un tercer ojo.
Este poema viene acompañado de un epígrafe de Marcel Boll que nos recuerda su pasión por las matemáticas, cito:
Una figura infinitamente plana e infinitamente delgada no es posible más que en un universo matemático (ibídem)
En el texto que le sigue a éste, Nubes y relojes, el epígrafe no es menos, y es de Karl Popper, cito:
La física actual está más interesada en el movimiento de las nubes que en los relojes. (p. 13)
En el texto vuelven a aparecer tres conceptos básicos en Reneé Acosta: el caos, la existencia y la nada.
En el poema titulado La araña, de la página 16, surge la mención del ojo envuelto en un encabalgamiento interesante:
Se había repetido el coma.
La araña empotrada en la cornisa.
El eco sustancial de una palabra,
escalonada y fértil en el oído.
La araña (el eco)
sustancial como el oído,
se había repetido tantas veces, multiforme
vaga, premonitoria,
en una escalinata neuronal,
de la ventana al ojo
y del ojo a la epidermis;
como una palabra soñada muchas veces
fértilmente encajada en el sonido.
Era una araña multiforme,
Vaga y premonitoria. (p. 16)
No es para nada extraño que este artrópodo de ocho patas pueda significar un símbolo de la eternidad, ya que tiene, estructuralmente, una araña, la forma de un ocho con pelos y con ocho patas; además de que, tipográficamente, el 8 es una especie de Cinta de Moebius. La palabra eco entre paréntesis y su repetición multiforme, vaga, premonitoria refuerza la imagen. Es de llamar la atención que aparezcan dos palabras claves, emparentadas entre sí en el poema y que tienen que ver, según el contexto psicológico con el acceso al inconsciente: escalonada y escalinata. Pero entonces, para reafirmar todavía más el símbolo, surge el ojo, que significa un óvalo o un círculo ovalado, más otro ojo, que si los unimos, también formarían la imagen de un ocho, de una araña, de una Cinta de Moebius, ésta última a la que abordaremos páginas más adelante, dentro del análisis de la obra poética de Reneé Acosta.
Volviendo al libro, en La hora del silencio, en la página 17, surgen otra vez el caos y la nada.
El circuito, de la página 21, nos remite de nueva cuenta al círculo, a la serpiente mordiéndose la cola, el símbolo del renacimiento, cito:
He sustituido mis ciclos
de nacer y renacer engrane
girando sobre el centro de mí misma.
El texto Cero absoluto, define muy bien el cero y el uno, cuyos contextos en numerología y en el tarot, hemos venido definiendo, cito:
Soy el punto cero
por circunstancialidad
y no por albedrío.
Soy el punto uno
por ser a partir de la nada. (p. 22)
El cero, según la numerología, representa la nada, como también representa a esa fuerza vital que aún no se ha manifestado, energía que se encuentra en estado de latencia. Representada por el óvalo, no tiene principio ni fin y simboliza el espacio-tiempo ilimitado de la eternidad. El cero es el caos primigenio que da pie a la obra creadora.
El uno es el principio, la representación de todo aquello que no puede ser dividido; la unidad considerada como símbolo divino, ya que Dios es indivisible. Representa la energía propia de la iniciativa, su existencia permanece en todos los demás números a los que genera por multiplicidad. Representa también a la energía en acción, el poder de la voluntad y la iluminación a través de la energía. Puede representarse por un punto. Simboliza además las oportunidades que han de ser descubiertas y desarrolladas.
En El sentido de las horas, el órgano visual es la herramienta fundamental de percepción del mundo que tiene esta poeta chihuahuense. Reneé Acosta es:
…una frecuencia
condensada y fértil del ojo del vigía
en la nuca del vigía
en la lengua turbia del vigía (p. 24)
Reneé Acosta posee el ojo de Horus o Udyat de los egipcios.Recordemos que Horus mantuvo una serie de combates contra su hermano Seth para vengar la muerte de su padre Osiris. Horus sufrió la mutilación del ojo izquierdo en la batalla, pero gracias a la intervención de Thot, el ojo de Horus fue sustituido por el Udyat, un ojo dotado de cualidades mágicas que simboliza la salud, la prosperidad, la indestructibilidad del cuerpo y la capacidad de renacer. El ojo de Horus es entonces otro de los símbolos de la reencarnación o metempsicosis.
El otro ojo es el ojo mecánico y del que Reneé Acosta nos habla en su poema titulado precisamente y a propósito El ojo mecánico, cito:
Tras la imagen bien táctil
somos actos insólidos apenas perceptibles
por el mecanismo entrañable
en su trágica mancuerna:
ojo, imagen, ojo,
piedra, mano, piedra
Número incrustado en el prisma
transmite la noción del mundo
ahora
el sentir el cero tan sonante
-mira hexagonal
el universo en la colmena-
Como un golpe de sí mismo
y así sea como ejemplo (de sí mismo)
el ojo mecánico se ha inventado,
ha creado una memoria de cinta magnética,
renovada desde adentro,
reconstruida
y así sea como ejemplo, el golpe ha sido el movimiento. (p. 25)
Este poema de leves reminiscencias borgianas me ha hecho recordar un texto de Dziga Verrov, escrito en primera persona, en 1923, que ha sido citado por John Berger en su libro Modos de ver, y que nos habla precisamente del ojo mecánico, cito:
Soy un ojo. Soy un ojo mecánico. Yo, la máquina, les muestro un mundo del único modo que puedo verlo. Me libero hoy y para siempre de la inmovilidad humana… Estoy en constante movimiento. Me aproximo a los objetos y me alejo de ellos. Repto debajo. Me mantengo a la altura de un caballo que corre. Caigo y me levanto con los cuerpos que caen y se levantan. Esa soy yo, la máquina que maniobra con movimientos caóticos que registra uno tras otro los movimientos, las combinaciones más complejas. Libre de las fronteras del tiempo en el espacio, coordino cualquiera y todos los puntos del universo, allí donde quiera que estén. Mi camino lleva a una nueva percepción del mundo. Por eso explico de un modo nuevo el mundo desconocido para ustedes .
¿A poco no se antoja que este texto de Dziga Verrov haya sido leído por Jorge Luis Borges y le haya inspirado su archifamoso cuento El Aleph? Esa maravillosa esfera (sphairos) que contiene todo el universo, el ordenado y caótico universo.
En la página 29, Reneé Acosta vuelve a retomar el tema de la araña en su poema Artropodia, mismo que cito íntegro:
En fin, así sin más, cuán flexibles son mis llanos
y cuanto más infértiles son más incendio
para terrenos pastos venideros.
Así veo a los insectos de llanura
en su ministerial artropodia.
Así, tal como los veo los pienso.
Pero, acaso no sean en su conjunto
sino las ramas del caos en su flujo de río.
¡Qué parecido el río!
¡Qué bien parecido a la vena
sea de mineral volcánico de vastísima arteria
(entiéndase como se entienda)
en fin y a fondo
son tan parecidos a la telaraña
y al origen pontífico
de las rayas a la cebra
¡y qué familiares las del tigre!
Pareciera que al dislocarme
pudiera encontrar en la falange que sostiene la taza
un vago rasgo familiar de artropodia.

En el poema Lo esto y lo otro, Reneé Acosta nos describe como una sociedad perdida en una infinidad de distractores que nos impiden ver claramente quiénes somos:
¡Ah! Que “lo esto” y “lo otro”
nos abandonara
en el lugar preciso
de una perforación
vastísima;
cuando de momento
el concebir un tercer lado
ni nos va ni nos viene.
Y a la vez
por otra parte
-y con tus propios ojos-
que un tercer ojo
que nos ilumine
no ha de llegar (p. 35)
Luego, en un fragmento del texto titulado Uranus, leemos:
La noche deletreada
recordada en el titilar del grillo
en su sinfónica glandula
con su musical artropodia (p.30)

Y líneas más abajo, en el mismo poema, se remonta a la idea pitagórica de la música de las esferas, cito:
Muy y a pesar y por encima
del chirrido eléctrico de los generadores
zumba y brilla
lo que alguna vez oyera Tales
como una sincronía de las esferas
que en el tiempo
(no hay por qué dudar que no sea el mismo)

La visión de Reneé Acosta también incluye al voyeurista nostálgico al que le apasiona asomarse al pasado y notar la diferencia entre lo que fuimos y lo que somos en el presente; descubrir a través de:
El ojo,
el cuerpo
la calle
el anterior de lo nuestro
pasado y sucedido y breve (p. 37)
Canto a la existencia, fechado del 2004 al 2005, es el segundo cuadernillo del poemario, mismo que contiene solamente siete poemas donde se ponen de manifiesto los tres modelos de la física-cuántica de los nacidos en la generación de los setentas: Moebius, con su cinta revolucionaria, Gödel y Fibbonacci. Reneé Acosta sitúa, inteligentemente, la muerte de Aristóteles y la del César ante el cálculo numérico y la perfección geométrica del círculo, alegoría del ojo, del periscopio y del compás. En Canto a la existencia, Reneé Acosta, confirma que el arácnido, el árbol inmóvil donde se encuentran las raíces del mundo, la vasija de luz, son elementos que representan al hilo y al telar del ser. Aquella voz del que grita en el desierto anda buscando, según nos revelan algunas líneas, la llamada primera de la primera razón primera. Acto, sonido, presencia antagónica y pantagruélica del ser perdido entre los vericuetos de la razón categórica y numérica. Gödel, Fibonacci, se descubren tras las bambalinas de la poesía. Pero además, no es un canto muy común a la vida que digamos, porque su temática encierra los misterios de la numerología y astrología. Así le canta a la existencia una digna hija acusmática de Pitágoras. Analicemos a la luz de la numerología uno de sus textos más herméticos, el numerado con el seis romano, en el que se lee lo siguiente:
Que se diera tanto
de insular epifanía
con el fuerte ladear
patidifuso
con la cruz coagulada
de los vientos.
¡Ah! que se partiera en dos
y en dos el ocho
dividido y multiplicado
y vuelto a sumar
en una ecuación
que multiplica cuando resta
el acto, sonidos, presencia
de cada esfera, suministrada
por la bondadosa escalera numérica
¡Oh, Gödel! ¡Oh grande! ¡Oh, Fibonacci!
-la arqueología ontológica
de la presencia- (p. 44)
El dos, en la numerología, es el principio de la dualidad y el primer número par feme-nino. Es el símbolo de la mujer que se une al hombre para la realización de un mismo destino. Es la meta del andrógino primordial y simboliza el eterno retorno. También representa la idea de dualidad por oposición entre el ser y el no ser. La famosa “coincidentia oppositorum” o ley de los contrarios de la alquimia. Stanislas Klossowski de Rolas afirma que la base del pensamiento hermético reside en la dualidad, en la correspondencia entre lo visible y lo invisible, la materia y el espíritu, los planetas y los metales, el hombre y el cosmos . El dos siempre sugiere repetición o espejo. El espejo representa al divino intelecto, la razón líquida, la razón que se agita, que se mueve; el olvido del mundo sensual de las apariencias y vacíos existenciales. No hay generación de vida sin corrupción; no hay creación sin destrucción; no hay presencias sin ausencias; no hay muerte sin resurrección. El arte de la alquimia descansa sobre estos dos principios básicos: Solve et coagula, es decir, disuelve y solidifica. No es para nada gratuito entonces que en el poema de Reneé Acosta aparezca la imagen de una cruz coagulada. Además, la escalera numérica a la que se alude en el poema, resulta ser un símbolo importantísimo tanto en la alquimia como en el ámbito de la psicología junguiana. La escala o escalera es el símbolo del ascenso y el descenso al inconsciente.
El ocho significa cambio, transformación. Sugiere un comienzo inmediato. Evolución a través de la ley de causa y efecto. La ejecución de la teoría del Big Bang, de estallido y armonía, de caos y orden, que nuestra autora chihuahuense sacará a colación a través de su poesía, tal como veremos en otras páginas de este estudio.
El ocho es un estado de permanencia y de estabilidad. Una de las figuras favoritas de Acosta es la araña, artrópodo de ocho patas. Y en el poema que acabamos de transcribir líneas atrás, surge la imagen de la rosa de los vientos. Intentemos descifrarlo. El texto comienza con la manifestación de un deseo:
Que se diera tanto
de insular epifanía
Es decir, el hablante quiere imaginar la posibilidad de una epifanía, ¿y en qué consiste una epifanía? En una revelación, en una iluminación. Insular significa que algo es perteneciente a una isla y la isla resulta ser un símbolo de originalidad, de individualidad, de independencia, es decir, que se desea una iluminación en lo individual que lo pueda llevar a una especie de libertad. Seguimos con las líneas del poema:
con la cruz coagulada
de los vientos
La cruz tiene, como ya lo sabemos, cuatro puntas visibles, pero como la cruz o la rosa de los vientos est
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