Una crónica del periodismo cultural

El director del suplemento literario “Cultura/s” del periódico español La Vanguardia, Sergio Vila-Sanjuán (Barcelona, 1957), publica el libro Una crónica del periodismo cultural, un recorrido por el paisaje histórico del periodismo cultural escrito deteniéndose en las figuras que mayor huella han dejado, aunque ello implique ausencias, reconocidas por el autor, como las de Claudio Magris, Carlos Monsiváis y Pierre Assouline. Con un lenguaje claro, el que fuera ganador del Premio Nadal 2013 traza una revisión histórica que es a la vez una genealogía del subgénero y una crónica personal. Vila-Sanjuán empieza por definir el término periodismo cultural, el cual “se define por su objeto, no por su método”, para proseguir con sus protagonistas, pero no desde el s. XIX, cuando comienza la andadura de los grandes periódicos, sino desde 1550. En ese año se publicó Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos de Giorgio Vasari “El Aretino”, libro que recopila 133 perfiles de artistas alternando “profundidad y ligereza” y empleando “las anécdotas junto a la información factual y el análisis estilístico”. Vienen después la Vida de Samuel Johnson de James Boswell, “que unifica las tradiciones ética y anecdótica” y que tiene la estructura de una tertulia; las Conversaciones con Goethe en los últimos años de su vida. 1836-1848 de Johann Peter Eckermann de tono “sesudo y reverente”; Emilia Pardo Bazán, quien recopiló sus crónicas en al pie de la torre Eiffel y Por la Europa católica; José Martí, el cual llegó a publicar sus crónicas modernistas en la prensa de Caracas, Buenos Aires y México y al que Vila-Sanjuán apenas dedica dos párrafos; y Rubén Darío por sus nueve libros de crónicas españolas y francesas repletos de “humor y socarronería”. A Borges le dedica Vila-Sanjuán un capítulo entero y le define como un periodista cultural “de mesa, no de calle”. del autor de El aleph dice Vila-Sanjuán que es un “polemista” por buscar la discusión, que escribe “sobre lo que ha leído” y que fundamenta sus argumentos con una autoridad no exenta de ironía. El cuarto capítulo está dedicado a The New Yorker, fundado en 1925 por Harold Ross. The New Yorker consiguió ser, tras la Segunda Guerra Mundial, un “intelectual colectivo” gracias a su nómina de profesionales de primer orden y a colaboradores como Salinger, Nabokov, Updike y Capote, quien marcó el sendero del Nuevo Periodismo con sus entregas de A sangre fría. Vila-Sanjuán también se hace eco de los ataques de TomWolfe al rotativo y de las aportaciones de la “posmoderna y deconstructora” Janet Malcolm. Tras hacer un somero repaso por el periodismo cultural en España, centrado en La Vanguardia, Vila-Sanjuán prosigue con los autores del boom, para los que la cultura fue un tema recurrente, como José Donoso y sus severas colaboraciones en la chilena Ercilla; Vargas Llosa y su combinación de experiencias personales significativas y reflexión final; García Márquez y su interés por el costumbrismo y Carlos Fuentes. Finalmente, Vila-Sanjuán ensalza La Rive Gauche de Herbert Lottman, Una historia de la lectura de Manguel y a Mauricio Wiesenthal, “un individuo fuera de época”. El periodismo cultural, según Vila-Sanjuán, es necesario para filtrar la sobrecarga de información procedente de la civilización digital y para ejercerlo hace falta pensamiento crítico, la combinación de lo trascendente y anecdótico, la aportación de material novedoso, un estilo cuidado y nada típico, una amplia curiosidad y pasión. Lógicamente, en las 120 páginas del volumen no cabe un análisis profundo y pormenorizado de la cuestión. Vila-Sanjuán apunta y muestra la superficie de un periodismo cultural que solicita más libros con la amenidad de este y con la densidad que este no tiene.