Un beso de chocolate en Navidad

—¡Mierda! ¿En serio? ¡Joder! ¿Se puede saber que le ocurre a este pueblo? ¿Estás en contra mío o qué?—gritó al cielo exasperada.
—No creo que sea el pueblo el que está contra ti—dijo una voz masculina y burlona desde el otro lado de la calle. Estaba bastante oscuro pero pudo distinguir una sombra alta en medio de la calle.
Ela se giró hacia la voz, avergonzada porque alguien la hubiera escuchado gritar como una loca. La sombra dio un paso hacia adelante acercándose hacia la luz de una farola, y vio a un chico alto sonriente con el pelo negro, corto y perfectamente despeinado. A medida que se acercaba, Ela pudo comprobar que sus ojos eran los más verdes que jamás hubiera visto; parecían dos esmeraldas. (…)

(…) No tenía la menor duda de que Klaus se convertiría en alguien importante en su vida. Se metería de lleno en su corazón, llevándoselo consigo. Pero estaba harta de echar a la gente de su vida para no tener que sufrir, quería arriesgarse y quería hacerlo por él, por ella, porque se merecía ser feliz.

Si lo pensaba detenidamente, todo esto estaba siendo una locura, no lo conocía. Solo sabía que tenía una chocolatería y que hacía el mejor chocolate que había probado jamás y que se llamaba Klaus. No sabía nada más y allí estaba, usando su ducha, su ropa y su casa como si lo conociera de toda la vida. A decir verdad parecía que así fuera. Esto era raro.