La voz narrativa de Precoz es extraordinaria. Harwicz escribe palabras que vienen desde un fondo oscuro en el que hay humanidad pero no hay palabras. Algunos registros generan reminiscencias que recuperan al Samuel Beckett maduro de la trilogía novelística, al Maurice Blanchot iluminado de la escritura del desastre, al Hermann Broch onírico de la Muerte de Virgilio. Esta lectura es tan densa que se necesita ajustarla a un modo nocturno, narcótico, inconsciente, para que sea factible. El relato se ubica en los márgenes de la sociedad actual, en su desnuda crueldad. La miseria, el hambre, la violencia, el incesto, la muerte. Una madre y un hijo. La Europa de hoy que se arrastra desde su ilustre historia hacia un presente inhumano, post-apocalíptico, incomprensible. El escalofriante siglo XX de Hobsbawm ha pasado, pero el siglo XXI también es macabro. Todo es confuso, horroroso. Pienso que la potencia narrativa de Harwicz es apabullante, dionisíaca. Quien narra en la escritura de Harwicz vive en un mundo que se lleva mal con el lenguaje, que no lo respeta porque intuye la obviedad de sus limitaciones. Pero el lenguaje toma revancha. Su venganza es implacable. La lectura se vuelve expulsiva cuando el lenguaje resulta vapuleado. Precoz es un gran desafío para el lector. Si la lectura sobrevive, la recompensa es una experiencia transformadora, una experiencia que se destroza a sí misma.
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