—Dilo. —¿El qué? —pregunté. —Dime lo que me dijiste antes. El corazón me subió a la garganta. Le había dicho un montón de cosas, pero sabía qué era lo que quería oír. —Te quiero. Los ojos se le oscurecieron y un segundo después me besó hasta que me dieron ganas de mandar al diablo todo el asunto de “hacerlo bien”. —Eso es lo único que necesito oír. —¿Esas dos palabras? —Siempre esas dos palabras. |