La menorah de Petra

De siempre, desde pequeñita, desde que tengo uso de razón (o algo parecido), la ilusión de mi vida es (ha sido, será) ser arqueóloga. Incluso en estos momentos, en esta edad adulta en la que mi vida ha tirado por unos derroteros que nada tienen que ver con eso, y que ciertamente necesitarían un doble tirabuzón con cabriola incluida para poder reconducirse en esa dirección... quiero ser arqueóloga. En presente. Quiero.

Frustraciones de esas que tenemos cada uno, ya me entendéis. O eso espero, porque si no me sentiré frustrada y además sola en mi frustración :)))

El caso es que os podéis imaginar entonces que este libro tenía todas las papeletas para gustarme. Y así ha sido, a pesar de que no sabía qué esperar del autor, porque a diferencia de muchas de mis compañeras de lectura o de alguna que otra reseña que he leído, no lo conocía ni había leído ninguna obra previa suya (que me perdone). Y me he encontrado con una historia seria, excelentemente documentada, con giros sorprendentes y un personaje como Araceli Artigas, que comienza ocupando su lugar entre otros muchos y acaba convirtiéndose en el centro de la narración.

Una buena novela histórica debe entretener a aquel lector que, cuando se dispone a pasar muchas horas ante un libro, le gusta trasladarse a otras épocas y regiones que desconoce, y al mismo tiempo también debe instruir sobre aquello que está contando, enseñar al lector sobre lo que está leyendo, explicar el contexto social y cultural en el que se desarrolla la trama... Hay novelas consideradas históricas que usan una época y un lugar como mera excusa para contar una historia que bien podría tener lugar en cualquier otra parte y en cualquier otro tiempo, y hay novelas que son como una enciclopedia andante sobre la época y el escenario en que tienen lugar, intentando siempre no saturar al lector.

Para esto último el autor debe hacer acopio de mucho tiempo y mucha documentación y, lo que es más difícil, debe saber transmitirlo en la narración de tal manera que el lector se entretenga con la trama al tiempo que absorbe una cantidad ingente de información sobre un momento histórico concreto. Y eso mismo hace Carlos Díaz en La menorah de Petra, plantándonos en mitad de un conflicto que ya llevaba dos décadas a la espalda en el momento en que tiene lugar la historia, y que por desgracia, como bien sabemos, sigue vigente hoy en día, 50 años después, pero implementándolo de una manera natural y fluida en una trama que conjuga al mismo tiempo varios géneros de una manera coherente y consecuente.

La lectura de la menorah de Petra comienza de una manera que poco tiene que ver con su final, y en eso radica una de sus principales virtudes. El largo camino que transitan nuestros protagonistas desde que la UNESCO da luz verde a una campaña arqueológica sin precedentes en Petra hasta el estallido de la Guerra de los Seis Días, traslada al lector al centro de un conflicto ante el que el autor, aunque se mantiene neutral durante buena parte de la trama, poniendo sobre la mesa las razones y motivaciones de una y otra parte por igual, finalmente no puede evitar posicionarse. La belleza de Petra, la emoción de los preparativos, el esfuerzo y el trabajo a pie de campo, las relaciones entre unos y otros, los hallazgos, la fusión con el pueblo beduino, el conocimiento de la cultura local, las situaciones a cientos o miles de kilómetros de casa... las vivencias típicas de una expedición arqueológica de la envergadura que se plantea en la historia van sucediéndose durante la primera mitad del libro mientras se alterna la narración con los tejemanejes de políticos vanidosos y ególatras que solo buscan su propia gloria, y en los que la red de espías jugaban (jugaron) un papel esencial.

No anticipas muchos de los acontecimientos que suceden en el libro, y eso hace que sobre todo la segunda mitad de la novela se lea casi del tirón. No es que la primera sea lenta ni mucho menos, pero a nivel personal, la he leído con mucho más cuidado, absorbiendo los datos que va proporcionando el autor por boca de los personajes (de una manera excelente, dicho sea de paso. No todos los autores usan este recurso de una manera afortunada, y en La menorah de Petra los diálogos son naturales, espontáneos y nada chirriantes). Quería tener una idea muy clara de la situación política de aquel momento y leí esa primera parte con mucha calma e incluso googleando al tiempo que leía para ir verificando y ampliando datos. Pero a partir de cierto suceso digamos que todo empieza a acelerarse, a moverse mucho más rápido en la vida de nuestros protagonistas, y como lector no puedes evitar hacer lo mismo, hasta llegar a unas cien últimas páginas absorbentes que a mí han llegado a emocionarme en algún momento (y os lo aseguro, soy muy dura de pelar para estas cosas...).

La novela está dividida en 74 capítulos cortos, que nos permiten movernos de una parte a otra del globo según lo que quiera contarnos el autor y que le dan muchísimo dinamismo a la lectura, además de un preludio y un epílogo. El glosario y el mapa que anteceden a todo esto son de obligado vistazo a lo largo de la narración si queremos entender en profundidad lo que no están contando sin limitarnos exclusivamente a leer. Y aunque todos los personajes están bastante bien dibujados, para mí sobresalen por encima de todos Araceli Artigas, Abdallah Obeidat, y por cariño personal hacia él, por lo bien que ha conseguido transmitirme en muchos momentos su pasión por su profesión y lo que para él significaba esta expedición a Petra, sin duda el anciano profesor Didot.

Solo puedo ponerle dos pequeñas pegas al libro, y son dos pegas a título personal y subjetivo que nada tienen que ver con lo mucho que me ha gustado la novela. Una es la reacción de una de las protagonistas a un suceso en el que ella tiene mucho, muchísimo que ver, y que a mi juicio es inexistente. No sé si es intencionado o no por parte del autor (supongo que sí), pero se echa en falta algo en ese aspecto, sobre todo porque después demuestra hasta en dos ocasiones que tiene su corazoncito, tiene sus principios y no es una desalmada. Y esos escrúpulos y humanidad posteriores contrastan mucho con la ausencia de cualquier tipo de reacción en la primera situación. La esperas, pero nunca llega. No sé, eso no me ha llegado a cuajar del todo (pero ya digo que el problema puede ser mío por esperar algo que no tiene por qué estar). La otra, y siento decirlo, es la portada. Sin querer incidir mucho, creo que no le hace ninguna justicia al estupendo (y serio) entramado que Carlos Díaz nos regala en esta historia. Pero bueno, ya sabéis que yo soy muy tiquis con las cubiertas; cuando me gustan mucho lo digo, y cuando no, también, aunque de sobra sé que es una opinión subjetiva.

No quiero extenderme más, que si me pongo no paro. He disfrutado muchísimo de esta historia, tanto de la vertiente arqueológica, que ocupa buena parte de la primera mitad, como de las páginas centradas en la contienda, que sinceramente creo que transmiten muy bien la situación de un conflicto que sigue latente hoy en día cobrándose vidas inocentes. Me he quedado con muchas ganas de leer más de este autor, y seguramente lo haga con A las ocho en Novelty. Nunca es tarde si la dicha es buena :)
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