Ilona llega con la lluvia

Esta historia bien vale la pena de… bueno, mejor que lo diga el propio Mutis:

“Esta historia bien vale la pena de ser contada en detalle. Hay en ella esa mezcla de ternura, tristeza y necedad que distingue a ciertos relatos clásicos, en los que solemos reconocernos en la plenitud de nuestra insensata condición de irredentos soñadores, luchando a brazo partido con lo que llamamos la realidad y que nunca acabamos de saber muy bien en qué consiste.”

Ignoro qué vida llevó el autor, pero no cabe duda sobre la que quiso llevar y el placer, no sé si acompañado de algún tipo de compensación vital, que le debió proporcionar escribir sobre los viajes de Maqroll el Gaviero. Y yo, que no puedo ser de otro equipo que el que conforman «los otros», como los llamaba Ilona, los que preferimos la seguridad de los caminos trillados, de los moldes más o menos tradicionales, la confianza de lo estable y permanente, me uno al autor en esa envidia hacia estos personajes que se dejan llevar con tal alegría por el flujo de la vida que, bien sabemos todos, es un constante movimiento y cambio en el que todo acaba transmutando o desapareciendo. Y, aun así, nos obcecamos en mantener la ilusión de que nada cambiará, de que todo permanecerá igual, de que esto es justo lo que queríamos, de que no nos pasará como al pobre señor Peñalosa que supo muy al final de su vida que toda ella no había sido otra cosa que una gran mentira que mantuvo por su mezquina cobardía.

“A mí nadie me contó que esto existía, señor. Nunca lo supe. ¿Se da usted cuenta? —y empezó a llorar sin poder controlarse.”

En este estado de cosas, cómo no querer ser uno de esos elegidos capaces de esperar y nunca rechazar lo que la vida, destino o azar, le ofrece a cada paso, alguien hambriento de constantes aventuras que le impidan atarse a lugar o a propiedad alguna, con una fe inquebrantable en que lo inesperado le mantendrá en el camino y le proveerá de todo aquello que necesite, y equivocarse mil veces. Alguien al que solo le preocupa el presente al que enriquece con todo lo que se le va presentando en el camino, con amigos hasta en el infierno y antiguas amantes que aparecen en los lugares más insospechados y en los momentos más oportunos y mantienen una lealtad inquebrantable haca él, llegando a conseguir, junto con el imprescindible vasito de vodka, que el aciago presente rápidamente se convierta en pasado y sumergirlo "en algo muy parecido a la felicidad". En fin, Maqroll parece haber hecho realidad ese sueño al que Joaquín Sabina cantaba en su canción pirata cuando confesaba su deseo de ser, entre otros muchos, “mercader en Damasco, viejo verde en Sodoma, taxista en Nueva York... tabernero en Dublín, pianista de un burdel, conservado en alcohol… desertor en la guerra, marinero en Marsella, anciano en Shangri-La…

En efecto, en este relato de relatos que es esta novela y con un estilo muy cercano al de las buenas y antiguas novelas negras, Maqroll aparece como alguien que haya vivido mil vidas. Con una moral maleable, Maqroll se enrola en esta ocasión en una aventura burdelesca con su antigua amante Ilona Grabowska con el fin de poder salir del pozo en el que ambos se encuentran y así proseguir sus aventuras con su amigo Abdul Bashur. En el proceso irán conociendo a personajes e historias que, como bien dice el autor, merecen la pena ser contadas al detalle.

“Con ella se partía siempre de cero. La inagotable provisión de recursos que tenía a la mano para salir del mal paso nos daba la impresión de que a su lado inaugurábamos cada vez la vida con todos los obstáculos resueltos providencialmente.”