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ISBN : 9876290053
Editorial: SIGLO XXI EDITORES (30/11/-1)

Calificación promedio : 5/5 (sobre 3 calificaciones)
Resumen:
Fragmentos de un discurso amoroso se publicó en Francia en 1977 y se convirtió rápida e inesperadamente en best-seller. Fue adaptado para teatro en las más importantes ciudades de Occidente (incluso en Buenos Aires) y es hoy uno de los grandes libros de culto de la literatura francesa del siglo XX. La primera edición, de 15 mil ejemplares, se agotó en dos semanas, y a finales de ese mismo año, las copias vendidas llegaron a los 80 mil ejemplares. El libro fue un éxi... >Voir plus
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
rmrobles
 26 September 2018
"Crónica de un deseo"

Para: Mónica Elizabeth Melchor Pescador

Imaginemos una historia: un hombre y una bella mujer empiezan a estudiar al mismo tiempo en la escuela de música. Él estudia piano; ella, violín. Pasa un año casi sin que crucen palabra –apenas el ocasional saludo–, hasta que en el tercer cuatrimestre comparten una materia en el mismo salón (es preciso señalar que él ya la había visto; en otras palabras, ya la identificaba). Ella, sentada en la tercera fila del salón –que más bien parece auditorio–, voltea hacia atrás y le pregunta algo a él, que está sentado en la cuarta fila, justo atrás de ella, a su izquierda.

En esta historia, la identificación que en un primer momento él hizo de ella, ¿en qué se basó? ¿En su belleza? ¿Su cabello? ¿Su mirada? ¿Su voz? ¿Su constitución física? Dice Roland Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso: “Encuentro en mi vida millones de cuerpos; de esos millones puedo desear centenares; pero, de esos centenares, no amo sino uno”. Más adelante expone el punto álgido de esta cuestión: “Hay allí un gran enigma del que jamás sabré la clave: ¿por qué deseo a Tal? ¿Por qué lo deseo perdurablemente, lánguidamente?”.

Recuerdo que el primer contacto que tuve con Barthes fue, en cierta manera, atípico. Cuando era estudiante de la carrera de Letras Hispánicas, entre los miles de libros de la biblioteca del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades –la cual siempre me pareció formidable– vi el mencionado libro que me llamó la atención por el solo título: Fragmentos de un discurso amoroso. En ese momento nada sabía de la obra del autor (lo conocía solo de nombre), pero la curiosidad pudo más, y lo tomé para hojearlo.

Página tras página vi lo mismo: había algo parecido a definiciones, fragmentario para mi gusto. ¿Era algún tipo de diccionario? Formalmente, me parecía raro, pues al lado izquierdo de lo que se abordaba, aparecían nombres; muchos conocidos, otros no. Leí algunas cuantas líneas al azar, pero por alguna razón, sentí que no entendía. Juzgué que era una obra difícil y que tal vez no era el momento de abordarla.

Dejé pasar el tiempo, aunque no podía evitar pensar en ese libro, por lo que en una ocasión decidí sacarlo por medio del préstamo externo. La semana que lo tuve fue más que suficiente para leerlo todo. Página tras página, día tras día iba reconociendo voces que estaban en mi interior. Sentí que aquellas palabras eran mías –de hecho, lo son, lo serán–. El eterno Borges dijo: “Mientras leemos a Shakespeare, somos, siquiera momentáneamente, Shakespeare”. ¿Se entiende el punto?

El discurso del enamorado es el de un solitario, y la soledad es, a mi entender, la premisa básica del libro. No obstante, aunque sea la voz de un solitario, todo lo que encontramos en dicho discurso es patrimonio común, seamos hombres o mujeres: todos hemos estado enamorados y hemos empleado ese discurso. Cómo nos haya respondido el objeto de nuestro deseo, es tema aparte.

Hablando del amor, es un misterio saber cuándo el imaginario empieza a tomar vida y a apoderarse del enamorado. Pensamos, suponemos que basta una palabra, una sonrisa, una mirada, una pequeña conversación o alguna otra situación proveniente del objeto del deseo –punto de partida–, para que el discurso empiece. Es justo aquí cuando el enamorado se ha convertido en presa de sí mismo. Como puede verse, aquí están los primeros atisbos de soledad.

Ese discurso está “urdido de deseo, de imaginario y de declaraciones”, nos dice Barthes. ¿A qué se refiere? Es difícil, tal vez imposible, esbozar una respuesta, porque ese discurso es polimorfo, cambiante y multifacético. En otras palabras, ese deseo, ese imaginario y esas declaraciones son tantas como humanos existen. Sin embargo, el trasfondo de estos pequeños arrebatos es lo que hay de común; Barthes lo denomina argumento, y este sí nos resulta familiar a todos.

Me explico: en la historia inicial de estas líneas hubo algo de la mujer que llamó la atención del hombre. Lo que haya sido, puede ser insignificante para cualquier otra persona, no así para él. Lo común en esto es que siempre pasa así en el ámbito amoroso: no sabemos con exactitud qué es lo que nos atrae de la otra persona (esto sería el argumento). El deseo, el imaginario y las declaraciones, que amalgamados formarían el discurso, es lo que daría la especificidad de la historia que se vive.

Casi al inicio dije que cuando vi por primera vez el libro, me parecía fragmentario, hasta cierto punto inconexo. Después de haberlo leído, comprendí que el título era idóneo, por la sencilla razón de que el discurso amoroso, sujeto al vaivén emocional del sujeto que lo suscribe, únicamente puede responder a las veleidades del deseo. En la medida de lo anterior, puede entenderse cabalmente el porqué de lo fragmentario.

No obstante lo anterior, parece ser que hay un hilo que une todo el discurso amoroso y por eso, en el libro que nos ocupa, podemos empezar a leer cualquier tema –cualquier fragmento, como quería Barthes– de los que ahí aparecen. En otras palabras, podemos prescindir del orden lineal que casi siempre está presente en los libros y que estamos obligados a respetar, salvo que se trate de un experimento deliberado del autor, como sucede con Rayuela, de Cortázar; o como con obras que empiezan por el final u otros juegos literarios.

Otra cosa que quisiera señalar se basa en las líneas del prefacio del libro en cuestión; dice Barthes: “cada uno puede llenar este código según convenga a su propia historia”. ¿Qué quiere decir? Pienso en términos musicales: Digamos que lo que se aborda en el libro de referencia contiene los temas principales, y nosotros, como ejecutantes, se nos permite hacer variaciones de aquellos. Estas tomarían como base nuestra experiencia, y sería lo específico del discurso que hemos mencionado.

Podemos suponer, sin temor a equivocarnos, que aquí radica gran parte del éxito de esta obra. Más que éxito, la historia nos dice que se convirtió en un best seller. No necesitamos indagar mucho al respecto para entender la razón: Nosotros, como lectores, nos proyectamos en el texto, nos reconocemos ahí, porque todos hemos sentido el amor en alguna de sus múltiples facetas. Así, este libro, alejado de un rigor academicista o intelectual, hunde sus raíces en esa experiencia común a la que hemos denominado amor.

Dice Barthes: ““El discurso amoroso es hoy de una extrema soledad”. ¿Cómo explicar la magnitud de esta idea? Creo que lo único a que podemos apelar es a lo que está presente de forma latente en este libro y que ya mencionamos: el sentimiento. Esta experiencia no puede explicarse, basta con vivirse –y por ende, la dicha de entender, la identificación total con lo leído–. Si tomamos en cuenta lo expuesto con anterioridad, el lector concordará en que los temas abordados por Barthes nos pertenecen a todos.

Temas como: el abrazo, lo adorable, la angustia, las cartas, los celos, el cuerpo, la declaración, la dedicatoria, el drama, el escribir, la espera, las habladurías, el loco, la noche, el recuerdo la soledad, el suicidio, etc., puede que no nos digan mucho, conceptualmente hablando. Pero si empezamos a pensarlos revestidos con el sentimiento amoroso, el asunto cambia: empieza a tomar vida el imaginario; es decir, el discurso amoroso de cada uno de nosotros.

En esta situación, se entiende la certera idea de que el discurso amoroso es de una extrema soledad. ¿Por qué? Porque en estas lides, siempre hay alguien que da más o siente más, como quiera verse. Escribe Barthes: “no hay ausencia más que del otro: es el otro quien parte, soy yo quien me quedo”. Hagamos una variación: yo me quedo, pienso en ti, fraguo historias sobre ti, pienso lo peor cuando te espero y no llegas, estoy celoso de que posiblemente estés hablando con otros… Mientras, yo sigo esperándote, y no sabes por lo que estoy pasando… ¿Es necesario recalcar la voz en primera persona?

El lector que se aventure en esta obra no encontrará un ensayo, y como ya dije, tampoco un escrito lineal. Pero lo que sí hallará es la voz del enamorado, su palabra (“es pues un enamorado el que habla y dice”). Para ejemplificar el uso de esa voz, Barthes convoca a varios autores: Goethe, Lacan, Freud, Platón, Nietzsche y otros más, incluidas conversaciones con sus amigos. Como lo entiendo, es el pretexto para que fluya de forma magistral la subjetividad que gira en torno al amor, y que Barthes sucribe poéticamente, como es su costumbre.

El escritor francés pudo ver cómo su libro llegaba a más gente de la que él supuso –creyó que solo le interesaría a unas 500 personas–. También la historia nos dice que estuvo a punto de no entregar el libro a la editorial. Ambos situaciones dan cuenta de un hecho innegable: Barthes era un hombre reservado, solitario. Esto contrasta con la suerte de su libro que publica en 1977 y que hemos estado comentando: 15 mil ejemplares se agotan en dos semanas; los números de ediciones aumentan con el tiempo, las traducciones a otros idiomas empiezan; y él aparece en televisión al lado de Françoise Sagan hablando del amor…

Lo que resta decir aquí es que esta obra –me atrevo a vaticinar– será intemporal porque, como hemos visto, la elucubración de Barthes parte del amor, y este, reitero, lo hemos sentido todos. Ahí está la proyección, la universalidad del tema. Es decir, mientras experimentemos el sentimiento amoroso y pensemos sobre el mismo, estaremos escribiendo nuestro propio discurso, completando o ahondando en los argumentos que Barthes nos ofrece.
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Citas y frases (1) Añadir cita
YaniYani22 September 2018
[...] quiero representarme a mí mismo mi delirio, quiero "mirar a la cara" lo que me divide, lo que me recorta.
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Videos de Roland Barthes (13) Ver másAñadir vídeo
Vidéo de Roland Barthes
El escritor mexicano Alberto Ruy Sánchez conversa con Naian González Norvid desde la biblioteca central de la UNAM. Sus primeras lecturas, que no necesariamente fueron a través de los libros, los problemas que enfrentó al inicio de su carrera para poder publicar, los libros y autores que lo marcaron, son algunos de los temas que derivan de esta charla fresca pero comprometida que nos regala este episodio de “Léemelo”.
Libros leídos: "Los jardines secretos de Mogador" de Alberto Ruy Sánchez "Paradiso" de José Lezama Lima "Confluencias" de José Lezama Lima "Las puertas del paraíso" de Jerzy Andrzejewski "Los apuntes de Malte Laurids Brigge" de Rainer Maria Rilke
Libros mencionados: "El barón de la castaña" de Rudolf Erich Raspe "Ulises (monólogo de Molly Bloom)" de James Joyce "Temporada de huracanes" de Fernanda Melchor "Con la literatura en el cuerpo" de Alberto Ruy Sánchez "El expediente Anna Ajmátova" de Alberto Ruy Sánchez "Contra toda esperanza" de Nadiezhda Mandelstam "Los nombre del aire" de Alberto Ruy Sánchez "Rayuela" de Julio Cortázar
Autores mencionados: Samuel Beckett Gilles Deleuze Roland Barthes Pier Paolo Pasolini
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