ESCENAS VENATORIAS
Quisiera saber qué piensan mis perros cuando tú y yo hacemos el amor.
Parecen cuidarnos en su inocente duda,
e inmóviles, los ojos rojos les brillan en la oscuridad.
Casi no hacen ruido, pero no fingen dormir.
Sus manchas,
forman figuras extrañas
que logro distinguir con los sedales de luz a media noche.
No reviste un encaje de sombras y destellos.
A mí me da poca vergüenza y no hago sonidos.
Nunca te digo nada.
Yo quiero saber qué piensan mis perros cuando tú y yo,
a veces, hacemos el amor.
La gota larga del fregador cuenta en su caída
los compases de tus piernas.
Y van chorreando entre mis sienes
tus cercanas palabras. Nunca me dices nada.
Acurrucados entre cobijas,
parecen saber la distancia.
Ellos huelen la ternura muerta,
el deseo pintado.
Lamen nuestras heridas de bestias disfrazadas
y nos llevan de paseo hasta la orilla.
El borde de la cama.
Sin mirar atrás
recordamos a Lot en su marcha salada,
y caemos el uno sobre el otro
entre ramas secas,
uvas y manzanas verdes.
Naturaleza muerta desde siempre.
Escenas venatorias,
tazones con frutos y moscas,
tulipanes afiebrados.
Derrumbada en la cama repito el acto,
narrando de memoria mi memoria,
como la Vierge folle.
Los perros recuestan sus cabezas en el suelo frío,
abanicándose con la lengua los malos pensamientos.
Algún día van a crecer también.
Y como los conejos
se reproducirán por centenares.
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