El verano muere joven

“El verano muere joven” nos sitúa en el verano de 1963 en un pueblo italiano de la costa del Adriático. Tres amigos, Damiano, Primo y Mimmo, pasan los días en las calles de la plaza, se escapan a sus rincones secretos cerca de un acantilado… y en general, tratan de evadirse de sus padres y de los problemas que, pese a ser niños, viven en sus casas. Tras el altercado de Mimmo con unos chicos mayores, los tres amigos deciden firmar un pacto de sangre para responder a futuras amenazas: si cualquiera de ellos o sus familias sufren una afrenta, responderán al unísono con una represalia proporcional al daño sufrido.

Ese verano, surgirán las primeras lealtades, amenazas, rencores y venganzas que harán que tengan que poner en práctica su pacto en tres ocasiones. Los problemas irán haciéndose cada vez mayores, lo que irá desencadenando unos hechos trágicos que acabarán por marcar sus días y hacerles madurar antes de tiempo.

Inocencia y ternura se ven silenciados y apartados de golpe por la realidad. Una realidad que a estos niños protagonistas les golpea, quizás, demasiado pronto. Hay en esta novela mucha venganza: venganza para ellos, para encarar las afrentas al prójimo, pero también venganza contra el destino que se les ha impuesto; por la infancia prematuramente interrumpida.

La novela está narrada en primera persona por Primo, ahora adulto, que ejerce como el más “equilibrado” de los amigos, como una especie de término medio que se equilibra a la perfección con Damiano y Mimmo, con caracteres totalmente extremos.

Desgarradora, emotiva y con un final que te deja petrificado. El verano no muere joven: es asesinado y despedazado con crueldad hasta que no queda nada.
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Leyendo esta novela me he retrotraído a los días de mi infancia, a las largas y calurosas tardes de verano en las que estrechábamos lazos de amistad, nos sentíamos indestructibles y soñábamos con hacer grandes cosas.
La prosa de Sabatino, elegante y sobria, delicada y respetuosa, nos traslada de tal manera a este bucólico mundo de la mano de estos tres niños, de una forma tan evocadora que podemos sentir que somos parte de este grupo, que estamos sentados con ellos en el banco de la plaza, o que es nuestra sangre la que forma parte de su pacto.
Poco a poco vemos cómo, en medio de la lealtad y la camaradería, van apareciendo los odios y las venganzas en una atmósfera cada vez más agobiante, tan bella como brutal.
Una historia que me ha mantenido atrapada por su fragilidad y su tan repentina violencia, alcanzándome desde donde menos lo esperaba.
Los tres protagonistas, junto a las mujeres que les rodean, quienes consiguen cobrar una muy especial relevancia, erigiéndose como los pilares principales de sus hogares, aunque, cómo no, bajo el yugo que les imponía la sociedad de la época, todos ellos, decía, en conjunto, forman un elenco que consigue atravesarte el corazón y hacerse un hueco en tu alma.
Una historia que necesita tiempo para ser asimilada, escrita de una forma que hace sencillos los temas más complicados, que deja huella, que marca y que duele, pero que, paradójicamente, no quieres que se acabe nunca.
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