Altar

Catherine Lacey llega a mi vida por la puerta grande con ‘Altar', una novela que me ha hecho pensar: ¡¿por qué no conocía a esta autora?! Tras investigar un poco sobre ella, me pone contenta pensar que: 1. tiene varias novelas publicadas y traducidas (y otra en camino) y 2. es muy joven, por lo que cabe esperar que tendremos libros suyos para rato.
 
De ‘Altar' todo llamaba mi atención: ese título con tantas posibles implicaciones, esa imagen en la cubierta que me atrae y perturba al mismo tiempo y… ¡ese punto de partida! Os cuento:
 
Al inicio el personaje narrador y protagonista cuenta los motivos por los cuales dormir en una iglesia puede ser una buena idea. La historia comienza a desarrollarse precisamente cuando, una mañana, durante la liturgia, los habitantes de una pequeña localidad, descubren a ese alguien durmiendo en un banco frente al altar. ¿Qué hace allí? ¿Cómo ha llegado a ese pueblo donde nunca va nadie nuevo? ¿Cómo se llama? ¿Es hombre o mujer? ¿Huye de algo o alguien? ¿Es víctima o culpable? Oye… y ¿es hombre o mujer?
 
Sin embargo, la persona protagonista no dice una palabra. Aunque como lectores, tenemos acceso a todos sus pensamientos en primera persona. Como no habla, el resto lo hacen, diciendo mucho más de sí mismos con sus preguntas y monólogos de lo que quisieran. de esta forma, la autora pone un espejo ante nuestros ojos y es imposible no preguntarse, ¿qué habría hecho yo? Así, se va desarrollando la trama en un formato entre flujo de conciencia y observador/elemento presente pero externo de todo lo que sucede a su alrededor. Es genial porque consigue mostrar nuestro comportamiento como sociedad desde una premisa del tipo “¿qué pensaría de nosotros un extraterrestre que llega a la tierra?”. Pero sin extraterrestres, obviamente. Abre camino a la reflexión sobre que es posible pensar de formas diferente a la masa, pero se paga un precio. También, plantea muchas ideas para pensar horas y horas sobre religión, política, temas, inmigración, racismo, tradiciones, la pérdida y el duelo, el perdón, la identidad, la hipocresía, la memoria, el cuerpo… entre otros. No plasma ideas novedosas o que “nos descubran el fuego” pero al encontrarse todas juntas, cobran (al menos para mi) una dimensión original y profunda, para nada se queda en lo banal. Siento si soy un poco críptica pero la novela merece adentrarse en ella sin tener demasiada idea de qué encontraremos dentro.
 
Me quedo también con el debate interno que me ha generado acerca de conceptos como la ayuda, a veces nos empeñamos en ayudar a quien no lo necesita o en “salvar” del error (perdida, pecado, mentira...) a quien piensa diferente a ti en el tema que sea. Como la ayuda se da, hasta que te supone un problema. También, como las concepciones de la organización del mundo, sociedad, comportamiento… que tenemos aprendidas, nos hacen en ocasiones, no ver lo que tenemos delante de las narices. Como a veces la necesidad de tener que etiquetar todo y a todos, se convierte en un velo cegador. Así, la autora consigue desestabilizarte en cierta manera no como lector, sino como persona. al menos a mí me ha hecho darle una vuelta a no pocas ideas y aspectos de mi forma de pensar, actual y comportarme.
 
La ambientación en una pequeña localidad funciona de maravilla para crear esa sensación de micro-cosmos absolutamente extrapolable a cualquier lugar. al tiempo que crea una sensación de asfixia y una diferenciación entre el pueblo y ‘los otros'. Por cierto, la inminente celebración del ‘festival del perdón' se convierte en un elemento de tensión fantástico al más puro estilo de ‘La Lotería' de Shirley Jackson (nada que ver en su contenido, no os preocupéis). Siguiendo con las (odiosas) comparaciones, también me ha recordado a la genial Margaret Atwood en ‘El cuento de la criada' por la creación de un mundo con algo de distópico, planteado desde los ojos de un personaje, que invita a leer entre líneas, a reflexionar y que realiza un retrato social que, aunque ficticio, tiene mucho de verídico.  
 
‘Altar' me atrapó desde el minuto uno y estuve obsesionada hasta que lo acabé. Me muero de ganas de comentar el final, ¡si lo lees, avísame! Una lectura con una trama sencilla y fácil de leer, pero con muchas capas de profundidad que ir desentrañando. Una novela que plantea mil preguntas y debates por lo que creo que puede ser genial para LC.

En un pequeño pueblo de Estados Unidos, las gentes del lugar encuentran durmiendo en un banco de la iglesia, donde se ha refugiado durante la noche, a una persona. Es imposible discernir su raza, su edad o su sexo y, aunque entiende el idioma en el que le hablan, se niega a pronunciar palabra o a contar su historia. La comunidad local, unida por una fuerte fe religiosa, se muestra dispuesta a acogerla y le da el nombre de Altar, pero en los seis días siguientes, previos al misterioso Festival del Perdón, su presencia acaba exponiendo los miedos más profundos y las hipocresías de la congregación.

Con una prosa sobria y serena, Lacey nos introduce en una historia misteriosa en la que el lector navega entre la realidad y la fantasía. Una semana en la vida de una congregación religiosa que acoge a una persona con afán de ayudarla, el caso es que no se discierne si es chico o chica, es joven pero tampoco se sabe si tiene 13 años o 16, sin pasado ya que tampoco parece tener muchos recuerdos de su vida y el problema es que no habla, tal vez no puede o quizás simplemente se niega a hacerlo. Pero al lector sí le habla ya que Altar es el narrador en primera persona de esta historia y los lectores tendremos más información que el resto de personajes pero, eso sí, también tendremos nuestras dudas de si es un narrador fiable o no. Y mientras vemos la acogida de Altar en esa comunidad, también asistiremos al cambio progresivo de actitud en todos ellos con un comienzo bienintencionado pero el afán por desentrañar el misterio de Altar los lleva poco a poco a creerse con derechos sobre esa persona, impacientes por descubrir sus secretos lo presionan sin descanso. Y durante todo el tiempo, planea sobre la historia El festival del Perdón, la fiesta más importante de esa congregación que están preparando durante toda esa semana, una fiesta poco menos que inquietante y para redondear ese desasosiego, continuamente se menciona a los desaparecidos. La atmósfera durante toda la novela resulta escalofriante y cada vez más tensa a medida que diferentes personas que están alejadas de la congregación por uno u otro motivo, se desahogan con Altar y le cuentan sus historias.
Es una novela corta pero sin embargo no se lee en una tarde, da para reflexionar mucho, sobre la religión, el perdón, la identidad personal, el racismo, las ideas preconcebidas y la ambigüedad moral, pero está tan bien escrita que aunque incita al lector a plantearse muchas cosas, no concluye con una moraleja sermoneante, la moraleja ha estado ahí desde el principio pero estamos tan absortos en la lectura que no la vemos.
La novela no pasaría de ser un análisis de la santurronería y la hipocresía de un pequeño pueblo sureño de Estados Unidos sino fuera por Altar, un personaje hipnótico, no sabemos si es hombre o mujer, no sabemos su edad, hay dudas sobre su raza, pero está creado con tal pericia que lo que podría ser un protagonista confuso y desdibujado es para el lector una persona muy real que nos cautiva y nos tendrá toda lectura con en alma en vilo por lo que vislumbramos que le puede pasar en ese lugar. Magnífico personaje.
Una curiosidad antes de terminar, como no habla deciden ponerle Altar por el sitio en que lo encontraron la primera vez, en la iglesia. En la novela original se llama Pew que es banco de la iglesia, pues bien, me parece un gran acierto ese cambio en la traducción, no creo que me hubiera centrado tanto en la lectura con Banco de la iglesia por aquí, Banco de la iglesia por allá, el trabajo de los traductores se critica mucho pero pocas veces se valora lo suficiente. Núria Molines Galarza, gracias.

CONCLUSIÓN

"Altar" de Catherine Lacey es una gran novela, paradójica e inquietante, una fábula moderna que sumerge al lector en un mar de preguntas y reflexiones, merece mucho la pena leerla y os la recomiendo.

“ɴᴏ ǫᴜᴇʀíᴀ ǫᴜᴇ ʟᴇ ᴄᴜᴇsᴛɪᴏɴᴀsᴇ ɴᴀᴅᴀ. ᴄᴜᴀɴᴅᴏ ᴀʟɢᴜɪᴇɴ ᴛᴇ ᴅɪᴄᴇ ǫᴜᴇ ʜᴀ ᴏíᴅᴏ ᴀʟɢᴏ ǫᴜᴇ ᴛú ɴᴏ ʜᴀs ᴏíᴅᴏ, ᴛᴀᴍᴘᴏᴄᴏ ʟᴇ ᴘᴜᴇᴅᴇs ᴅᴇᴄɪʀ ǫᴜᴇ ɴᴏ ʜᴀ ᴏíᴅᴏ ʟᴏ ǫᴜᴇ ᴄʀᴇᴇ ǫᴜᴇ ʜᴀ ᴏíᴅᴏ. ʟᴏ ǫᴜᴇ ʜᴀ ᴏíᴅᴏ ᴇsᴀ ᴘᴇʀsᴏɴᴀ ᴇs sᴜ ᴅᴇsᴇᴏ ᴅᴇ ᴏíʀ ᴀʟɢᴏ ʏ ᴇʟ ᴅᴇsᴇᴏ sɪᴇᴍᴘʀᴇ ʜᴀʙʟᴀ ᴍás ғᴜᴇʀᴛᴇ ǫᴜᴇ ɴᴀᴅɪᴇ. ᴇs ʟᴀ ᴇᴍᴏᴄɪóɴ ǫᴜᴇ ᴍás ɢʀɪᴛᴀ ʏ ᴍás ᴄᴏɴғᴜɴᴅᴇ: ᴇʟ ᴅᴇsᴇᴏ”.

Un extraño/a que aparece dormido en un banco de una iglesia “porque las iglesias son un gran lugar para pasar la noche”. Un pueblo retirado del rural estadounidense, donde las cosas se hacen de cierta manera porque siempre ha sido así. Su raro vecindario. Cuidarse los unos a los otros (aunque tú no quieras y no formes parte de eso). ¿Libertad? Extrañeza. ¿Pasados traumáticos? Todos estos ingredientes son el cóctel que nos arroja a la cara la autora con una sinopsis de lo más atrayente que hizo que no pudiera dejar el libro en el estante de la librería. Debéis leerlo, porque cualquier cosa que os cuente sería spoiler.

“… ʟᴏ úɴɪᴄᴏ ǫᴜᴇ ᴄʀᴇᴏ ǫᴜᴇ ɴᴏs ᴅᴀ ʟᴀ ғᴇ ᴇs ᴇʟ ᴅᴇʀᴇᴄʜᴏ ᴀ ʟᴀ ᴄʀᴜᴇʟᴅᴀᴅ, ʏᴀ ǫᴜᴇ sᴇ ᴄʀᴇᴇ ᴇɴ ᴜɴᴀ ᴠɪᴅᴀ ᴅᴇsᴘᴜés ᴅᴇ ʟᴀ ᴍᴜᴇʀᴛᴇ ǫᴜᴇ ᴇs ʟᴀ ᴠɪᴅᴀ ᴅᴇ ᴠᴇʀᴅᴀᴅ…, ɴᴏ ᴇsᴛᴀ ᴅᴇ ᴀǫᴜí. ʟᴀ ɢᴇɴᴛᴇ ɴᴇᴄᴇsɪᴛᴀ ᴜɴᴀ ᴊᴜsᴛɪғɪᴄᴀᴄɪóɴ ᴘᴀʀᴀ ᴀʀʀᴇʙᴀᴛᴀʀʟᴇs ʟᴀs ᴄᴏsᴀs ᴀ ʟᴏs ᴅᴇᴍás… ᴘᴀʀᴀ ᴇᴍᴘʟᴇᴀʀ ʟᴀ ᴠɪᴏʟᴇɴᴄɪᴀ. ʟᴀ ᴅɪᴠɪɴɪᴅᴀᴅ sᴇ ʟᴏ ᴅᴀ. ʟᴇ ᴅᴀ ʀɪᴇɴᴅᴀ sᴜᴇʟᴛᴀ ᴀ ʟᴀ ᴄʀᴜᴇʟᴅᴀᴅ…”

No he podido quitarme de la cabeza un relato corto de Shirley Jackson desde casi el inicio de la novela y creo que eso ha condicionado mis expectativas. No para mal, ojo, porque en todo momento pensaba que tenía que ser diferente a esa historia, pero las comparaciones son odiosas. Dicho esto, he disfrutado mucho de la narración y de sus múltiples lecturas, que cuando la terminas quedan sobrevolando tu cabeza sin llegar a imponerse ninguna de ellas como la más acertada o coherente. Sí, estamos ante otro final bastante abierto, está claro que es lo que me va últimamente, parece que los buscase o que los llamo a gritos. Quizás sea un reflejo de lo que está pasando en mi vida…

¿Me ha gustado? Sin duda. ¿Lo recomiendo? Con dudas. Porque no es para todos los lectores, pero si te atreves, ya me contarás.

“A veces pienso que nadie es solamente una persona, que, en verdad, somos muchas personas diferentes a la vez y tenemos que apañárnoslas para que cooperen entre sí y engañar al resto para que piensen que somos una única persona, aunque todo el mundo esté haciendo lo mismo” ~ Altar de Catherine Lacey.

En un pueblo con un marcado sentimiento religioso aparece una persona durmiendo entre los bancos de la iglesia. No se sabe ni su raza, ni su religión, ni su género, ni su edad. Nada. Además se niega a hablar. Aun así, es acogida por un matrimonio del pueblo y todos los vecinos la aceptan y dan consejos. Sin embargo, el hecho de no poder ponerle ningún tipo de identificación, va generando que se levanten rencillas.

El libro es cortito, 200 páginas, y se lee de un tirón. La historia transcurre durante una semana, de lunes a sábado, día en el que se celebra en el pueblo el “Festival del Perdón”. Solo puedo decir que todo iba bien hasta el final que, por supuesto, no he entendido. Aun así no le resta interés a la historia.

En el trasfondo esa terrible necesidad que tenemos los seres humanos de tenerlo todo etiquetado o nos perturba la existencia pero también el fanatismo religioso, la discriminación racial, las relaciones LGTBi, la identidad de género… madre mía, son tantos los palos que toca tangencialmente en tan pocas páginas que, de verdad, aunque sea corto dice mucho. Eso sí, si lo leéis, por favor, comentad conmigo ese final porque se me ha quedado una cara de imbécil que no recupero.

Altar (el personaje principal) no habla. Ni puede, ni quiere. Se mantiene en silencio ante una comunidad que le asedia e interroga: en un primer momento con curiosidad y preocupación (la sinceridad de la misma queda a juicio del lector), más tarde con dureza e incluso miedo.

Su silencio perturba porque estamos acostumbrados al ruido. Y, ¿Qué pasa cuando sometes al silencio a alguien constreñido por su comunidad? de pronto mana lo que tiene dentro, y que estaba retenido por la hipocresía y el «qué dirán».

«Altar» me ha removido por su cuestionamiento de los cuerpos y la existencia. ¿Somos más que esta envoltura de carne y hueso? ¿Qué es lo que define realmente nuestra identidad? ¿Qué somos?

La ambigüedad absoluta de Altar como personaje deja en ridículo nuestras concepciones compartimentadas de lo que es una persona. La historia está contada desde su punto de vista, y al estar completamente  desvinculada de la sociedad (y de su propio cuerpo) nos transmite una sensación de extrañeza. Nos obliga a hacernos preguntas.

Porque para Altar estar en su cuerpo termina siendo una sensación tan rara y plástica como la que se respira en esta comunidad. Una comunidad que termina evidenciando las contradicciones del fervor religioso y su intento de control sobre los cuerpos y las identidades.

El mundo que construye Lacey presenta tantas aristas que vale la pena leerlo más de una vez, y siento que necesito una relectura para exprimirlo bien. Deja mucho a la imaginación del lector.

Si tengo que sacarle alguna pega: al principio aparenta ser más perturbador de lo que es, principalmente por esa sensación constante de que va a pasar algo que nunca termina de eclosionar. La estructura de la novela es básicamente un conjunto de conversaciones reflexivas (o monólogos con Altar como espectador/a) y quizá eso pueda resultar repetitivo. 

Y, aun así, para mí ha sido un pedazo de descubrimiento y una autora que quiero seguir descubriendo. 

«Y lo único que creo que nos da la fe es el derecho a la crueldad, ya que se cree en una vida después de la muerte que es la vida de verdad..., no esta de aquí. La gente necesita una justificación para arrebatarles las cosas a los demás... Para emplear la violencia. La divinidad se lo da. le da riendas a la crueldad…»