Arranqué la lectura de esta novela con muchísimos prejuicios, pensando que me iba a encontrar con una historia trillada y lacrimosa. Y sí, lloré al final, porque lo que me encontré fue a una de las grandes heroínas trágicas de la literatura: la inolvidable Marguerite Gautier. Al igual que Manon Lescaut, tenemos una historia enmarcada. Un narrador que acude a la subasta de los bienes de Marguerite, que ha muerto, y se hace, justamente, de un ejemplar de Manon Lescaut. Es así como luego conoce a Armand, quien le regaló ese libro a Marguerite y quiere recuperarlo a toda costa. Ese es el puntapié inicial para que Armand narre su relación con Marguerite, intercalando textos de cartas de ella y de su padre que lleva siempre consigo, dándole a la novela un carácter polifónico, y al lector la sensación de estar abriendo cajitas chinas. Marguerite es una cortesana joven, bella, codiciada, pero también condenada a una muerte prematura por una tisis crónica que fue "lo único que me legó mi madre". Vive suntuosamente de la generosidad de sus amantes, hasta que conoce a Armand, de quien se enamora genuinamente. Marguerite querrá abandonar su vida de cortesana y seguir manteniendo a Armand, para que él no gaste su herencia que no es cuantiosa ni se endeude, a costa de ir deshaciéndose de todo lo que tiene. A su vez, se irá dando cuenta de que una mujer que fue cortesana siempre lo será para la sociedad, y que Armand y su familia sufrirán la deshonra de que su nombre sea asociado a la vida licenciosa de Marguerite. Será entonces cuando decida hacer su gran sacrificio. La generosidad, la entrega y la sabiduría de Marguerite me ganaron por completo. Se ha convertido en uno de mis personajes favoritos. |