Roca Editorial

En 1929 Max y Bettina se conocen en una fiesta. Él es vienés y acaba de terminar sus estudios de Arquitectura. Ella es una pintora de mucho talento. Se enamoran y se van a vivir juntos a Berlín. El problema es que él es judío y ella no. Y que, según los años van pasando, la situación de los judíos y de las parejas mixtas como la suya es cada vez más difícil. Como no podía ser de otra forma, acaban separados: Max es enviado al campo de concentración de Dachau y ella hará todo lo posible por saber de él.



Diréis que soy cansina reseñando cada poco tiempo un libro sobre la Segunda Guerra Mundial. Diréis que cómo no me aburro de leer siempre lo mismo. Pero es que no leo siempre lo mismo. De hecho, pocas épocas históricas dan lugar a historias tan variadas como todo lo ocurrido durante la segunda gran guerra. En cuanto a escenarios, hechos históricos, personajes intervinientes… Toda novela sobre esta época me descubre algo nuevo. Un nuevo hecho heroico o, todo lo contrario, un nuevo hecho malvado; un personaje desconocido que no debería serlo… Siempre hay algo. Y en esta ocasión también lo ha habido.



Ya sabía y, de hecho, lo he visto en muchos libros, del interés de los nazis por las diferentes disciplinas artísticas: la música, la pintura, la literatura… La cerámica no se escapa de su interés como podremos ver en esta novela. En Allach se produjo durante diez años (de 1935 a 1945) una porcelana de extraordinaria calidad que fue utilizada con fines propagandísticos. Situado el taller junto al campo de concentración de Dachau, fue dirigido por las SS y se utilizaron prisioneros como mano de obra. Uno de estos prisioneros fue Max, uno de los dos protagonistas de esta novela. La base es real pero Max y Bettina son personajes ficticios aunque su historia se encuadra perfectamente con la Historia real.



Max, un arquitecto que ahora no puede ejercer su profesión por ser judío, es reciclado forzosamente en diseñador de figuritas de porcelana. Y lo hace tremendamente bien. Bettina, su pareja, también es artista. Influida por Kandinsky, su arte entra de lo que los nazis consideraban “arte degenerado” (básicamente, todo el arte que no entraba dentro de los ideales nazis). Por muy alemana que sea, no puede ejercer su arte en libertad.



Os estoy hablando de cosas que ocurrieron durante los años de la guerra pero, en realidad, en la novela hay dos tramas que transcurren en dos planos temporales. Una es la que os he contado. La otra ocurre en el año 1993 y nos habla de Carla, la hija de Bettina y la hija de esta. Carla está interesada en hacerse con figuritas de porcelana que parece tuvieron mucho que ver con la vida de su madre. Saben que esta lo pasó muy mal durante la guerra pero nunca ha querido contarles lo que realmente pasó. Bettina fue una artista de éxito pero también una mujer atormentada y su hija y su nieta quieren descubrir quién fue realmente su antepasada. La historia del presente da pie a la del pasado pero, como suele ser lo habitual, la del pasado se come la del presente. La del presente está bien pero no es más que una excusa para descubrir qué ocurrió durante la guerra. En este sentido, como nosotros los lectores viviremos el pasado según va ocurriendo, tendremos más información que Carla y su hija y podremos adelantarnos a sus descubrimientos. Ellas tendrán que descubrir cosas que nosotros ya sabremos según van pasando o que, en su caso, podremos adivinar fácilmente.



Conclusión final



“El fabricante de porcelana” ha resultado ser una lectura amena y entretenida que me ha descubierto nuevos matices de lo ocurrido durante aquel trágico período. Es, además, una historia de amor, coraje, adaptación y supervivencia y el ansia de una mujer por conocer los secretos largamente guardados por su madre. Os la recomiendo.


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Le doy gracias a los hermanos Lumiere que Tom Hanks haya hecho fama y fortuna con su invento. Así no hace de la literatura su medio de vida.

Sus libro de cuentos "Tipos singulares" consta de diecisiete relatos que no enganchan ni tienen misterio ni finales imprevistos. Me fue difícil terminarlo.

“El manipulador”, ópera prima de Francisco Lorenzo, es un hábil thriller psicológico que se aleja de los parámetros habituales de la novela negra en los que el “quién” prima por encima de todo, haciendo del “cómo” y el “porqué” las piezas claves de una historia que se lee como si de un juego del gato y el ratón se tratase.



El inspector compostelano Yoel Garza se encuentra con una escena del crimen especial: un esqueleto con un orificio de bala en el cráneo y todos los dientes arrancados, salvo un incisivo de oro. La escena reproduce la portada de un libro escrito por un antiguo compañero de colegio y, para complicar aún más las cosas, junto a los huesos aparece el anillo de compromiso que la novia de Garza perdió meses atrás.



En “El manipulador” no tendremos que intentar descubrir quién es el culpable, ya que se presenta claramente desde el comienzo. Lo verdaderamente relevante, y que hace que la tensión se mantenga en alto durante toda la historia, es saber si conseguirá su objetivo. El arranque es muy potente, y esa primera escena del crimen, ya plantea una serie de singulares interrogantes que consiguen captar la atención plena del lector.



“El manipulador” plantea un auténtico duelo de titanes entre sus dos protagonistas. Yoel, Garza, un policía analítico, metódico e intuitivo, capaz de establecer conexiones que nadie más detecta; y Antonio Serván, un escritor de novela negra al que la capacidad de observación y análisis de aquellos a su alrededor le permite llegar a anticipar la forma de actuar y los movimientos de éstos.



Ambos personajes tienen una gran carga psicológica. Son sus matices, sus luces, sus sombras y los grises que resultan de estas, los que los convierten en personajes atractivos para el lector (aún cuando pueda resultar difícil empatizar con ellos). Es este enfrentamiento entre mentes privilegiadas el que domina toda la historia, llegando a eclipsar al resto de personajes.



La narración en el presente se intercalará con flashbacks al pasado que nos permitirán conocer a Yoel y Antonio durante su adolescencia, momento en que comienza a fraguarse su historia común y responsable de esas heridas no cicatrizadas que permanecen años abiertas, y que van supurando un odio que termina enquistándose hasta dominarlo todo.



Es en estos episodios del pasado en los que el autor va sembrando pequeñas pistas y detalles que pueden parecer banales, pero que terminan resultando claves en el desenlace, un desenlace que tiene la venganza como objetivo final. Continuos giros de trama, fruto de las extraordinarias mentes de los protagonistas, desembocarán en un final apoteósico, de esos que consiguen dejarte con la boca abierta en el último momento.



Una Compostela gris y lluviosa será el escenario perfecto para este choque de trenes que amenaza con arrasarlo todo.



“El manipulador” ha puesto en el mapa de la novela negra a Francisco Lorenzo y, visto lo visto (o quizás debería decir leído lo leído), estoy convencido que va a permanecer en él durante mucho tiempo.