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Tal vez Joseph Conrad represente el caso prototipo del escritor que, desde esa condición oblicua, en El corazón de las tinieblas, cuestiona la ignominia del civilizado hombre blanco lanzado a dominar la vida africana en la selva congoleña.
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Cuando algún libro no me llama nada la atención, por algo será, aún sin saber absolutamente nada de la trama. Eso es lo que me ha pasado siempre con este libro, mundialmente conocido y famoso, pero que a mí no me atraía. Muchas adaptaciones, tanto al cine como al teatro, sé que hay, pero nunca las he visto ni he prestado atención a opiniones de otros lectores que sí lo habían leído. Pues ahora sí tengo mi propia opinión y una vez más le doy la razón a mi intuición porque realmente no me ha gustado.



¿Es posible que un libro tan cortito, ni a 100 páginas llega, se me haga tan extenso? Pues sí y aquí tenéis la prueba. Son de esos relatos que en una tarde están más que leídos y a mí me ha costado dos tardes y mucha fuerza de voluntad he tenido que poner para no abandonarlo.



La historia en sí no está mal, pero la narración se me ha hecho densa y aburrida en muchos momentos. Seguro que habrá lectores a los que les habrá gustado, especialmente a los que les gusta leer clásicos. A mí me cuesta mucho leer clásicos, pero reconozco que auténticas joyas han caído en mis manos aunque en este caso ha sido todo lo contrario.



¿Lo recomiendo? Por supuesto que sí, no deja de ser un gran clásico aunque mi opinión haya sido negativa.



"He aprendido a mi costa que el sino y la carga de nuestra vida lo llevamos atado para siempre a nuestros hombros, y que cuando intentamos sacudirlo vuelve a nosotros con más extraña y espantable pesadumbre".

Guardo en mi memoria recuerdos de dos libros que son excepcionales. Y lo son no sólo por su calidad. También por lo que significaron. Los dos son del mismo autor y debieron llegar a mis manos en alguna de aquellas colecciones de los años 80 de editoriales como Anaya, Molino o Bruguera. Uno es "La llamada de la selva" y el otro "Colmillo Blanco", de Jack London. Con estas dos obras se encendió hace más de cuarenta y cinco años una llama que no se ha apagado desde entonces. Con ellas descubrí que sin salir de mi habitación podía no sólo viajar a lejanas e inhóspitas tierras habitadas por indios y buscadores de oro sino que incluso podía convertirme en lobo. Leer esas aventuras produjo un enorme impacto en mi mente juvenil. No sé si todos los que amamos la literatura tenemos ese o esos libros que actúan a modo de espoleta. Ignoro también si el gen lector existe y nos predestina naturalmente y si, de no ser por estos libros, otros hubieran cumplido la misma misión. Pero en mi caso fue Jack London el que me abrió una puerta a mundos infinitos y eso me ha llenado de gozo durante toda mi vida. Así que como homenaje a mí mismo he releído este libro. Casi nada recordaba de él. Únicamente algún pequeño detalle, algún retazo que afloraba desde el fondo de una densa niebla de tiempo transcurrido. Pero lo he disfrutado como aquel chaval de 9 o 10 años que en su habitación, echado sobre la cama, viajaba veloz en un trineo tirado por poderosos perros y, al igual que él, he podido sentir ahora el gélido viento del Klondike en la cara. Bendito seas Jack London. Benditos sean los libros.