Memorias de un sinvergüenza de siete suelas de Ángela Becerra
Lo primero que sentí fue su lengua violando mi boca. Una espada rajando en dos mis labios. Esa voracidad líquida desconocida me sabía a miel de azahar. Esta atemorizada pero también envalentonada. Quería meterme entre sus labios; tocar con la punta de mi lengua ese fondo oscuro y acuoso lleno de palabras que no pronunciaba; beberme sus entrañas y que me bebiera hasta la última gota.
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