Atlas Negro (Compendio de un infierno arrasado) de Álvaro Aparicio
Hoy, todo lo que quedaba de aquel catálogo de personajes de zarzuela, de aquella desbordante locura capitalina, eran calles sin nombre, coches abandonados en mitad de la vía y señales que no guiaban a nadie. Las farolas ya no se encendían, los rascacielos estaban sumidos en la penumbra y los arbustos crecían sin control sobre los escaparates reventados. En su lugar solo había huellas, cientos de huellas humanoides y silenciosas, cuyo mutismo sustituía la antigua vida de plazas y avenidas. No importaba que estuvieran de pie en mitad de la carretera y sentadas en los balcones, que hicieran movimientos circulares alrededor de monumentos icónicos o se mantuviesen quietas en los pasillos de las corralas; su destello azulado era el único y contradictorio vestigio de lo que un día fue la gran urbe de Madrid.
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