La policía de la memoria de Yoko Ogawa
Me percato de que la letra impresa causa en mí un efecto diferente al que uno experimenta mediante la lengua oral. Ello tal vez se deba, entre otros motivos, a la levísima concavidad que permanece en el papel cada vez que una letra es estampada sobre él, o a la falta de nitidez de la tinta; quizás también a la simpática inclinación de la «j» y su rabito travieso, o al pronunciado ángulo de la «m», que le hace parecer mellada. Todos y cada uno de estos detalles, entre otros muchos, confieren a la grafía una calidez y un vigor que no encuentro en el habla; aunque, dicho sea de paso, ello no me impide pensar que tanto a la «j» como a la «m» debería exigírseles, tal vez, un poco más de compostura.
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