Lo bello y lo triste de Yasunari Kawabata
Desde la ventanilla del coche vio que las sierras del norte y del oeste, bajas y suavemente redondeadas, ostentaban el gélido tono pardusco del invierno de Kioto, a pesar de que algunas de ellas estaban bañadas por una pálida luz solar. Era un cuadro de atardecer.
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