Días, meses, años de Yan Lianke
Sacó la balanza y pesó sus rayos: una onza y cinco décimas. Agarró el látigo, se colocó en un trozo de tierra baldía y lo sacudió una decena de veces, haciendo añicos los rayos, que se precipitaron ante sus ojos como flores de un peral. Por último, cuando no le quedaron más fuerza, colgó el látigo y gritó con voz desgarrada hacia el sol: ¡No evitarás que este anciano logre que el maíz madure y dé fruto!
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