Ross Poldark de Winston Graham
—Hablando de Garrick. Tal vez no puedas venir con él. Silencio. La observaba atentamente, y veía la lucha que se libraba tras los rasgos delgados y anémicos. La niña miró al perro, después a Ross, y su boca formó un rictus de desaliento. —Él y yo somos amigos —dijo. —¿Bien? Durante un momento ella no habló. —Garrick y yo lo hacemos todo juntos. No puedo abandonarlo para que se muera. —¿Bien? —No puedo, señor. No puedo… Agobiada, comenzó a descender de la yegua. Ross comprobó de pronto que lo que había querido descubrir había terminado en la demostración de algo muy distinto. La naturaleza humana lo había atrapado. Porque si ella no estaba dispuesta a abandonar a un amigo, tampoco él lo haría. |