Othello de William Shakespeare
Infame ladrón, ¿dónde tienes a mi hija? Estabas condenado y tenías que embrujarla. Lo someto al dictamen de los cuerdos: si no la encadena la magia, no se entiende que muchacha tan dulce, gentil y dichosa, tan adversa al matrimonio que rehusó a nuestros favoritos más ricos y galanos, se exponga a la pública irrisión, abandonando su tutela para caer en el pecho tiznado de un ser como tú que asusta y repugna. Que el mundo me juzgue si no es manifiesto que lanzaste contra ella tus viles hechizos, corrompiendo su tierna juventud con pócimas y filtros que embotan los sentidos. Haré que lo examinen: se puede probar, es verosímil. Así que te detengo por ser un corruptor, un oficiante de artes clandestinas y proscritas. ¡Prendedle! Si se resiste, reducidle por la fuerza. |