Marido y mujer de Wilkie Collins
Una vez solo, Arnold inclinó la cabeza sobre el pecho. El amigo que le había salvado la vida, el único amigo que asociaba a sus recuerdos más tempranos y felices de otros días, lo había insultado con gran grosería y se había marchado deliberadamente sin expresar el menor arrepentimiento. La naturaleza afectuosa de Arnold, sencilla y leal, inamovible, estaba herida en lo más vivo. La figura de Geoffrey, que veía alejarse rápidamente, se volvió borrosa e indefinida. Se tapó los ojos con una mano y ocultó, con vergüenza juvenil, las lágrimas ardientes que delataban su congoja y honraban al hombre que las derramaba.
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