Hojas de hierba de Walt Whitman
[...] oh, yo, solitario oyente, nunca dejaré de perpetuarte, nunca más huiré, nunca más me faltarán la reverberación ni los lamentos del amor insatisfecho; nunca permitas que vuelva a ser el niño tranquilo que había sido hasta que allí, aquella noche, junto al mar, a la luz de aquella luna amarilla, abatida, apareció el mensajero, el incendio, el dulce infierno interior, la necesidad desconocida, mi destino. |