Abanico indio de Victoria Holt
Siempre me fascinó la Casa Grande de Framling. Todo empezó probablemente cuando yo tenía dos años y Fabián Framling me mantuvo allí dos semanas. Descubrí que era una casa llena de sombras y de misterio cuando fui en busca del abanico de plumas de pavo real. En los largos corredores, en la galería, en las silenciosas estancias, el pasado parecía atisbar desde todos los rincones, imponiéndose al presente hasta casi borrarlo, aunque no del todo.
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