El hijo del padre de Víctor del Árbol Romero
Devoraba libros porque no podía vivir. Cuando mi madre se marchaba a trabajar limpiando la mierda de los ricos en la ciudad, yo recogía a mis hermanos y remontábamos la cuesta desde el colegio hasta la pequeña biblioteca. Allí debíamos quedarnos hasta que apareciera mi madre con el rostro cansado, malhumorada, para llevarnos a casa. Pero yo nunca quería irme, prefería seguir parapetado allí, en la pequeña sala de plafones, en aquel barracón, leyendo, huyendo en realidad. Porque allí no entraba el Mal, no había más dolor del que se pudiera soportar, sino vidas mágicas, viajes, esperanzas.
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