Nuestra Señora de París de Victor Hugo
(…) los cumplidos que de la boca de un sabio se dirigen hacia otro sabio no son sino un vaso de hiel endulzada.
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Nuestra Señora de París de Victor Hugo
(…) los cumplidos que de la boca de un sabio se dirigen hacia otro sabio no son sino un vaso de hiel endulzada.
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Los Miserables de Victor Hugo
La hija de aquella mujer era uno de los seres más hermosos que pueden imaginarse y estaba vestida con gran coquetería. Dormía tranquila en los brazos de su madre. Los brazos de las madres son hechos de ternura; los niños duermen en ellos profundamente. En cuanto a la madre, su aspecto era pobre y triste. Llevaba la vestimenta de una obrera que quiere volver a ser aldeana. Era joven; acaso hermosa, pero con aquella ropa no lo parecía. Sus rubios cabellos escapaban por debajo de una fea cofia de beguina amarrada al mentón; calzaba gruesos zapatones. Aquella mujer no se reía; sus ojos parecían secos desde hacía mucho tiempo. Estaba pálida, se veía cansada y tosía bastante; tenía las manos ásperas y salpicadas de manchas rojizas, el índice endurecido y agrietado por la aguja. |
Nuestra Señora de París de Victor Hugo
La infeliz comprendió que todo dependía de su serenidad y con la muerte en el alma se echó a reír burlona. Las madres tienen fuerzas para hacer cosas así.
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Nuestra Señora de París de Victor Hugo
(…) no dando más signo de vida que algún sollozo que, de cuando en cuando, estremecía su cuerpo. La verdad es que estaba llorando a torrentes, en silencio, en aquella oscuridad como una lluvia de noche.
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Nuestra Señora de París de Victor Hugo
La arquitectura se va desluciendo, se decolora cada vez más y hasta llega a desaparecer; el libro impreso, ese gusano roedor del edificio, la succiona y la devora. La arquitectura se despoja, se deshoja y adelgaza a ojos vista; se hace mezquina, se empobrece y hasta se anula. Ya no es capaz de expresar nada, ni siquiera el recuerdo del arte de lo que fue en otro tiempo. Reducida a ella misma, abandonada por las demás artes, porque el pensamiento humano la abandona, recurre a artesanos en lugar de artistas (…)
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Nuestra Señora de París de Victor Hugo
(…) y además de vez en cuando este conglomerado de ruidos sublimes se entreabre para dar paso a la fuga del Ave María que estalla y burbujea como un penacho de estrellas. Por debajo, en lo más profundo del concierto, se puede distinguir confusamente el canto interior de las iglesias que transpira a través de los poros vibrantes de sus bóvedas. Todo esto es, de verdad, una ópera que merece la pena ser oída. Normalmente los ruidos que de París se oyen durante el día, son como el habla de la ciudad y por la noche son su respiración, pero, en este caso, es la ciudad que canta. Aprestad el oído a ese tutti de campanarios, desparramad por el conjunto el murmullo de medio millón de hombres, la queja eterna del río, el aliento infinito del viento, el cuarteto grave y lejano de los cuatro bosques, emplazados en las colinas del horizonte cual inmensas cajas de órgano; eliminad como en una media tinta todo lo que el carillón tenga de excesivamente agudo y bajo y decid si habéis visto a oído en el mundo algo tan rico, tan alegre, tan dorado, tan deslumbrante como este tumultuoso repique de campanas, como ese ardiente brasero de música, como esas diez mil voces de bronce cantando juntas en flautas de piedra de trescientos pies de altura, como esa ciudad que es una orquesta toda ella, o como esa sinfonía comparable al ruido de la tempestad.
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Nuestra Señora de París de Victor Hugo
Solo se puede contener una cierta cantidad de desesperación. Cuando la esponja está empapada, el mar puede pasar sobre ella sin hacer penetrar una lágrima más.
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Nuestra Señora de París de Victor Hugo
Soy poeta. Los de mi profesión paseamos nuestra melancolía por las calles, de noche y esta noche iba paseando por allí.
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Nuestra Señora de París de Victor Hugo
Y así el verbo estaba encerrado en el edificio, pero su imagen estaba en su envoltura como un rostro humano está sobre el sarcófago de una momia. El pensamiento, la idea que ellos representaban se manifestaba no sólo en la forma de los edificios sino en el emplazamiento que escogían para erigirlos. Según que el símbolo que quisieran expresar fuera ligero o grave, (…) |
Nuestra Señora de París de Victor Hugo
¡Así que negáis la influencia de los filtros en la sangre y de los ungüentos en el cuerpo! ¿Negáis la eterna farmacia de flores y de metales que se llama mundo, hecha expresamente para ese eterno enfermo que se llama hombre?
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Nuestra Señora de París de Victor Hugo
Además daba la impresión de que no sólo era su cuerpo el que se había amoldado a la catedral, sino también su espíritu, pero resultaría muy difícil determinar en qué estado se encontraba aquel alma, qué pliegues había adquirido, qué forma había adoptado bajo aquella envoltura nudosa, en aquella vida salvaje (…)
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Los Miserables de Victor Hugo
Las imitaciones del pasado adoptan nombres fingidos y de buen grado toman el nombre de porvenir. Ese fantasma, el pasado, tiene tendencia a usar un pasaporte falso. Caigamos en la cuenta de la trampa. Desconfiemos. El pasado tiene un rostro: la superstición, y una máscara: la hipocresía. Denunciemos el rostro y arranquemos la máscara.
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Los Miserables de Victor Hugo
Para recibirlo a uno bien, sólo piden que tengas irreprochable una cosa. ¿La conciencia? No, las botas
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Los Miserables de Victor Hugo
Todas las conquistas sublimes, son en mayor o menor grado, premios a la osadía
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Los Miserables de Victor Hugo
También los sepultureros se mueren. De tanto cavar las fosas de los demás, van abriendo la suya
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Los Miserables de Victor Hugo
El libro que el lector tiene ante los ojos en este momento es, de cabo a rabo, en conjunto y en sus detalles, fueren cuales fueren sus intermitencias, sus excepciones o sus desfallecimientos, el camino del mal hacia el bien, de lo injusto hacia lo justo, de lo falso hacia lo cierto, de la noche hacia el día, del apetito hacia la conciencia, de la podredumbre hacia la vida, de la bestialidad hacia el deber, del infierno hacia el cielo, de la nada hacia Dios. Punto de partida: la materia; punto de llegada: el alma. Al principio, la hidra; el ángel, al final
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Nuestra Señora de París de Victor Hugo
(…) porque… en fin… no es culpa suya cuando un hombre se enamora de una mujer. (…) ¿No hay esperanza ninguna? ¡Ni siquiera me miráis! ¿Es posible que podáis pensar en otra cosa mientras que yo aquí, de pie, os estoy hablando y temblando en los límites mismos de nuestra eternidad?
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¿Quién mata al elfo Dobby?