Martyrium de
Vicente Garrido Genovés
Caminó unos metros embebida en sus cavilaciones. Cuando se dio cuenta, estaba ya delante de la puerta de la iglesia. Las calaveras aladas que guardaban la puerta la saludaron desde lo alto con sus vacíos ojos y sus cráneos laureados, amedrentándola, como hacían siempre que entraba en aquel lugar sombrío.
Abrió la puerta, que chirrió levemente. Hasta que se acostumbró a la oscuridad, Angélica no pudo ver el recargado interior de la iglesia, envuelto en la penumbra. Solamente unas lámparas doradas y las velas encendidas iluminaban la crucifixión tras el altar. Entró con cautela, sus pasos apenas sonaron en el suelo
de mármol..